Por Carlos del Frade / 21 de Marzo de 2013
LA GEOGRAFÍA DEL ALMA
ESTÓMAGOS
A mediados de febrero, Juan Alemann, secretario
de Hacienda durante la dictadura militar,
declaró como imputado en el juicio oral por
delitos de lesa humanidad cometidos en la ESMA.
Ese día, Alemann se defendió diciendo que "soy
muy cobarde para torturar". Un par de años
atrás, el funcionario y amigo de José Alfredo
Martínez de Hoz había declarado: "hay que tener
estómago para hacerse cargo de un hijo de
guerrilleros". De los aymaras del norte
argentino a la Rayuela de Cortázar, pasando por
la historia entrañable de Marta Bertolino, lo
que sigue es una crónica de dolor, amor y
alegría. Esas cuestiones que dibujan arañas en
la boca del estómago.

Los aymaras del noroeste argentino, los que
convivían en el tawantinsuyu -aquel estado
incaico antes de la llegada de los españoles,
ingleses y sucesivos conquistadores-, decían que
el alma estaba en el estómago. Lo llamaban
sonco, algo vital que recorría todo lo que
existía en el cosmos. El sonco, entonces, estaba
en el estómago.
Muchos años después, Julio Cortázar en su novela
"Rayuela", le hacía comentar a La Maga y a Jorge
Olivera -los personajes de esa novela
inigualable- que las arañas que suelen aparecer
en el estómago en los momentos exactos de dolor,
amor y alegría eran la mejor demostración de la
existencia del alma y su ubicación en ese lugar
del cuerpo.
Cuando Marta dio a luz, había pocas
posibilidades de soñar un futuro aunque más no
sea de pañales y caricias. En la ex Asistencia
Pública de Rosario, en septiembre de 1976,
esposada a la camilla, con policías y militares
viéndola parir desde la boca de sus fusiles
automáticos livianos, Marta se aferró a la
triple vida que surgía desde las cercanías de su
estómago. La de su hija Alejandra, la propia que
defendía con lo último que le quedaba de fuerzas
y la solitaria muestra de libertad que se colaba
por una ventana del primer piso de la maternidad
en forma de rayo de sol.
-La única ventana había sido clausurada por un
candado. De repente, una oblicua luminosa viene
y se instala ahí. Sólida, finita, increíble,
delante de mis ojos... Recuerdo que me hizo reír
la ocurrencia del sol, su desparpajo, su modo
silencioso de colarse -contó rememorando aquel
instante de locura y pasión por la vida.
Años después, en el encierro de Villa Devoto,
Marta escribió sobre una de las paredes del
calabozo un poema.
Escribió con aspirinas a falta de tizas.
"Poca cosa había en el cuarto. Apenas una cama.
Vos dormida y yo mirándote en silencio. Nadie
ahí para contarle que existías y existías en un
buitre acechándote furioso. En un aletear de
pájaro. En una bata. Nadie para contárselo. De
un domingo extrañamente ajeno transcurría la
tarde y aquel rayo de luz abrió un atajo por
donde se coló la risa", leyeron las paredes de
Devoto y -mucho más tarde- Alejandra, nacida en
cautiverio.
Hoy Marta es docente y psicóloga.
Alejandra canta y enseña a cantar.
Bellezas del alma. Gambetas del amor a los
proveedores del odio.
Estómagos que se hicieron fuertes a puro amor,
rebeldía y belleza.
Por aquellos días, Juan Alemann, secretario de
Hacienda de Jorge Videla declaraba: "Con esta
política buscamos debilitar el enorme poder
sindical que era uno de los grandes problemas
del país. La Argentina tenía un poder sindical
demasiado fuerte... hemos debilitado el poder
sindical y esta es la base para cualquier salida
política en la Argentina".
El poder sindical debilitado eran los miles de
trabajadores desaparecidos.
El alma de la patria, los trabajadores, como
había dicho una mujer menuda y rebelde de nombre
simple y apretado como puño de laburante, Evita.
El poder sindical debilitado era el estómago del
pueblo apaleado, torturado.
Tiempo después, mientras Alejandra enseña a
cantar y canta, Juan Alemann ha vuelto a decir
sus definiciones en torno a lo sucedido.
"Hubo doscientos y pico de mujeres que tuvieron
hijos en cautiverio y que después las
liquidaron. De esos, unos doscientos los
entregaron a los jueces y quedaron menos de 30
casos que los distribuyeron entre familias y
militares. Eran chicos que sobraban porque estos
guerrilleros constituían parejas y mientras
peleaban, tenían hijos. Era una
irresponsabilidad, pero no hubo robo de chicos.
Hay que tener estómago para hacerse cargo del
hijo de un guerrillero", indicó con frialdad y
precisión el mismísimo Juan Alemann.
Con la misma frialdad y precisión con que
definió el objetivo de la noche carnívora.
Hay, entonces, algo más que apología del delito.
Son palabras que le surgieron de su particular
estómago.
Y no se le puede negar coherencia a ese
estómago.
Pero, ¿qué tipo de estómago tendrá el ex
funcionario de Videla?
¿En qué operación bursátil perdió el alma?
¿A qué precio vendió su estómago?
¿Sus hijos creerán -como los aymaras- que hay
algo vital que une el alma humana con todo lo
existente en el universo?
¿Cuánto hace que no siente los mensajes
verdaderos que se anuncian como arañas en el
estómago, según Cortázar?
¿Cantarán los hijos del señor Alemann, como
canta y enseña a cantar la hija de una
sobreviviente de la masacre?
Es probable que los apropiadores de bebés,
cómplices de Alemann y sus patrones, no hayan
reparado en sus estómagos y almas quizás por la
simple razón que tengan un gran vacío en ese
exacto sitio en donde el amor, la memoria y la
verdad se imponen a cualquier tipo de
multiplicación del odio y del olvido.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre foto de
www.unr.edu.ar
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