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Por Jorge Cadús / 15 de Marzo de 2013
LA HISTORIA OCULTA DE BERGOGLIO
EL PASTOR QUE ENTREGÓ A SUS OVEJAS

El pasado miércoles 13 de marzo, el cónclave de 115 cardenales reunidos en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, proclamó al cura jesuita Jorge Mario Bergoglio como nuevo Papa, sucesor del renunciante Benedicto XVI. Las crónicas multiplicaron la biografía "ejemplar" del arzobispo argentino. Pero otra historia, silenciada y resistente, marca la complicidad del religioso con el terrorismo de Estado que crucificó militantes y persiguió a sus sacerdotes. Una historia que se levanta desde el relato vivo de las víctimas y los sobrevivientes. Y denuncia.
 



A las 16:22 del miércoles 13 de marzo del 2013, el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, flamante Papa, se asomó por primera vez al Balcón de las Bendiciones de la basílica de San Pedro. Desde allí, Bergoglio, ya bautizado Francisco, el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita que llega a convertirse en la máxima autoridad de la Iglesia, bendijo a la multitud y elevó "un rezo por el Papa Benedicto XVI".
Asomado a ese balcón de la Basílica, ante los miles de personas que lo escuchaban en la Plaza, Francisco 1 señaló: "Ustedes saben que el deber del Cónclave era darle un obispo a Roma. Siento que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo al fin del mundo".
Jorge Mario Bergoglio, nacido el 17 de diciembre de 1936, hijo de Mario y Regina, técnico químico, jesuita ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969, profesor de teología, lector apasionado de Dostoievski y Borges, nombrado obispo de Auca en 1992, sucesor de Antonio Quarracino como arzobispo de Buenos Aires desde 1998, hincha de San Lorenzo, nombrado Cardenal por Juan Pablo II en 2001, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos, es -desde este 13 de marzo- el Papa Francisco.

Pero hay otra historia que insiste. Otra historia silenciada que -sin embargo- denuncia y reclama.
Jorge Bergoglio, Papa número 266 de la Iglesia católica, y jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, ha sido denunciado por su actuación durante la última dictadura militar en por lo menos dos causas que investigan los delitos de lesa humanidad cometidos durante el Terrorismo de Estado.

En octubre de 2010, Bergolio prestó declaración en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), implicado en el secuestro de los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics.
De acuerdo a la declaración de varios testigos en esa causa, los religiosos vivían y realizaban su labor pastoral en la villa de emergencia del Bajo Flores, en la llamada "opción por los pobres"; y fueron secuestrados en mayo del 76, luego de que Bergoglio -entonces provincial de la Compañía de Jesús, cargo que ejerció entre 1973 y 1979- los cuestionara y les quitara la protección.
Yorio y Jalics lograron recuperar su libertad luego de cinco meses. Sin embargo, en la misma serie de operativos fueron secuestradas cuatro catequistas y dos de sus esposos, que continúan desaparecidos: Mónica Candelaria Mignone; María Marta Vázquez Ocampo, que estaba embarazada, y su esposo, César Amadeo Lugones; María Ester Lorusso; Beatriz Carbonell y su esposo, Horacio Pérez Weiss; y la ex monja Mónica Quinteiro.
Otros dos curas, Luis Dourrón y Enrique Rastellini, se negaron a cumplir la orden de abandonar la villa del Bajo Flores. "Bergoglio les pidió que se fueran de allí, y cuando se negaron hizo saber a los militares que no los protegía más, y con ese guiño los secuestraron. Cuando salió los dejó librados a su suerte", reconstruye Horacio Verbitsky en su libro "El silencio. De Paulo VI a Bergoglio. Las relaciones secretas de la Iglesia con la Esma", publicado en el 2006.
Las denuncias se profundizan, sobrepasan el límite de del horror: la presencia del religioso en la misma Esma. Dice Yorio: "Bergoglio tenía comunicación Con Massera (…) una vez nos dijeron que teníamos una visita importante. Vino un grupo de gente. Jalics sintió que uno era Bergoglio. En esas circunstancias, uno hasta reconoce al carcelero por los latidos del corazón…"

Las denuncias de la relación de Bergoglio on la dictadura, especialmente con el almirante Emilio Eduardo Massera, no son nuevas. En 1986, Emilio Mignone publicó su imprescindible libro "Iglesia y dictadura", donde denunció la "siniestra complicidad" de la jerarquía eclesiástica argentina con el Terrorismo de Estado, y el conocimiento pleno del accionar de los efectivos militares que "se encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados".
Fue en 1976, registra Mignone, que en una reunión con la Junta Militar el entonces presidente de la Conferencia Episcopal y vicario castrense, Adolfo Tortolo, acordó que cada detención de sacerdotes por parte de las Fuerzas Armadas sería autorizada por el obispo de la respectiva diócesis.
"En algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos. El 23 de mayo de 1976 la Infantería de Marina detuvo en el barrio del Bajo Flores al presbítero Orlando Yorio y lo mantuvo durante cinco meses en calidad de desaparecido. Una semana antes de la detención, el arzobispo Juan Carlos Aramburu le había retirado las licencias ministeriales, sin motivo ni explicación. Por distintas expresiones escuchadas por Yorio en su cautividad, resulta claro que la Armada interpretó tal decisión y, posiblemente, algunas manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder contra él. Sin duda, los militares habían advertido a ambos acerca de su supuesta peligrosidad”.
Casi diez años después, en 1995, el mismo Francisco Jalics publicó su libro, Ejercicios de meditación, donde relata su secuestro.
"Mucha gente que sostenía convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia en las villas miseria (…) y se propusieron denunciarnos como terroristas", sostiene Jalics. Y describe sus encuentros con Bergoglio, y la seguridad de que el ahora Papa Francisco 1 "testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos trabajado en la escena de la acción terrorista. Debió tener conciencia de que nos mandaba a una muerte segura con sus declaraciones".

Cuando el entonces arzobispo Bergoglio fue citado a declarar como testigo por el Tribunal Oral Nº5, se amparó en el artículo 250 del Código Procesal Penal de la Nación, que establece que los altos dignatarios oficiales "no estarán obligados a comparecer" ante un Tribunal, por lo que la audiencia no fue pública, y se realizó en la Curia metropolitana.

Por su parte, en mayo del 2011, Abuelas de Plaza de Mayo reclamaron que Bergoglio sea citado ante el Tribunal Oral Federal 6, que investiga el plan sistemático de robo de bebés nacidos en cautiverio. El flamante Papa Francisco está mencionado en relación con el caso del nacimiento y apropiación de la hija de Elena De la Cuadra y su compañero, Héctor Baratti, secuestrados en febrero de 1977, cuando Elena estaba embarazada de cinco meses. La niña, nacida en cautiverio y llamada por sus padres Ana Libertad, es la nieta de una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, Alicia Licha de la Cuadra.

En forma paralela, el ahora Sumo Pontífice de la Iglesia Católica fue citado a declarar como testigo en el marco de una causa penal abierta en Francia por el secuestro y posterior asesinato del sacerdote Gabriel Longueville.
De origen francés, cura párroco de la localidad riojana de Chamical, Longueville fue secuestrado y asesinado por un grupo de tareas integrado por militares, policías y agentes civiles en julio de 1976, junto a su compañero Carlos de Dios Murias, en una seguidilla de muertes que llegó hasta el asesinato del Obispo Enrique Angelelli.

Allá por 1986, el entrañable Emilio Mignone se preguntaba: "Qué dirá la historia de estos pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas".
Todo indica que la historia oficial, aquella que se escribe desde los cónclaves y las fumatas, tiene una memoria corta, ciega y demasiado oxidada.

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Imagen: Carina Barbuscia sobre foto de banoticias.com







 

 

 

 

 
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