Por Grupo Editor / 8 de Marzo de 2013
HUGO CHÁVEZ FRÍAS (28-07-1954 / 05-03-2013)
HASTA LA VICTORIA SIEMPRE
Le tocó a Nicolás Maduro, vicepresidente de
Venezuela, anunciar la muerte de Hugo Chávez.
Fue el martes 5, entrada la tarde en estos
arrabales, entre tristes y rabiosos. "Asumimos
su herencia, sus retos, su proyecto", dijo
Maduro, la voz un tembladeral, y dijo que junto
al pueblo "sus banderas serán levantadas con
dignidad". Hugo Chávez partió hacia ese abrazo
que alguna vez intuyó con Simón Bolívar, con
Ernesto Guevara. Reproducimos un texto del
psicoanalista, autor, director y actor teatral
Eduardo “Tato” Pavlovsky; y parte de una
entrevista con el poeta venezolano William
Osuna, sobre la figura de Hugo Chávez. Ese
hombre que era -que sigue siendo- un continente
de sueños desbordados. Sueños que seguirán
entintando de rojo fuego la marea de la
historia.
Audio: William Osuna - Poeta y escritor
venezolano
William Osuna es poeta, docente y editor. Nació
en Caracas, Venezuela, en 1948. Dirigió el
taller de poesía del Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Celarg (1981),
y el taller de poesía de la Casa de la Cultura
de Maracay (1982). Coordinó el plan de
alfabetización del Barrio Los Erasos (1985).
Impartió cátedra de poesía en la Universidad
Metropolitana, Dirección de cultura (1991-1995).
Ha publicado, entre otros trabajos, "Estos 81" y
"Mas si yo fuera un poeta, un buen poeta"
(1978); "Antología de la mala calle" (1990,
1994, 2002); "San José Blues + Epopeya del
Guaire y otros poemas" (2003) y " Miré los muros
de la patria mía" (2004). Es editor de las
Revistas En el camino y A plena voz.
Desde enero de este año preside la Casa Nacional
de las Letras Andrés Bello, organismo adscripto
al Ministerio del Poder Popular para la Cultura
de la República Bolivariana de Venezuela.
En el año 2003 participó del Festival
Internacional de Poesía de Rosario.
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CHAVEZ / Por Eduardo “Tato” Pavlovsky
Te moriste Negro Cabrón, y Latinoamérica está de
luto.
La derecha debe estar de fiesta. Tengo rabia de
imaginar no verte nunca más. Te voy a extrañar.
No ver tu imagen revolucionaria. Tu potencia
revolucionaria irrenunciable de los principios
fundamentales de la igualdad. Tu lucha contra la
indignidad de los indiferentes.
Hace muchos años tuve la oportunidad de ser
invitado a dar un curso de Psicodrama para un
grupo de jóvenes profesionales. Todas las casas
de los médicos tenían un gran lujo y piscina.
Clase media en ascenso. Cuando terminamos de
trabajar pregunté con ingenuidad por la ausencia
de transporte público. Veía coches último modelo
por todas partes.
A las siete vi una multitud haciendo cola y
pregunté: “¿Esa gente cómo viaja, dónde viaja?”.
“Esa gente”, me respondieron, “sólo viaja en
esas camionetas pequeñas. Es la gente que habita
los morros, allá arriba”.
Eran pequeñas camionetas destartaladas que
llevaban 50 personas por viaje.
“¡Pero en la cola hay miles!”
“Los cargan y siempre llegan. Los dejan y
después a pie suben hasta sus casas caminando.
Son gente fuerte”.
Lo decían en un tono naturalista. La tremenda
desigualdad ya estaba interiorizada como un
fenómeno obvio, cotidiano. Cuando el horror se
construye día a día, hasta los niños deformes se
vuelven cotidianos.
Pensé en los “cabecitas negras” de Perón
lavándose las patas en Plaza de Mayo. Allí se
inscribían como Hombres. Se les dio la dignidad
de ser “humanos”.
De las patas de los cabecitas surgió el
peronismo.
Ese fue su primer movimiento de liberación. De
auténtica liberación.
Hugo: cuando la oposición quiso sacarte del
poder los negritos bajaron de los morros y te
liberaron. Ya se habían vacunado contra la
indignidad. El contubernio demócrata conservador
repartiéndose el poder durante años. La
subjetividad de la desigualdad se había
quebrado. De la ignominia. De la prepotencia del
poder inventado. De los morros bajaron ellos y
esa herencia no se olvidará jamás. Frente al
estupor de la oligarquía y de los liberales.
Ya no hace falta que no te mueras. Ya está el
acto consumado.
Vivirás siempre como el Che y Evita.
Devolviste la dignidad y eso no se olvida nunca,
ya estaba consumado el gesto. Tenés 3000 médicos
cubanos trabajando allí, curando enfermedades y
haciendo labores pedagógicas.
Podés morirte tranquilo, son muchos los que te
llorarán. Saliste al mundo. Predicaste justicia
social a los desamparados. Y eso no se olvida
nunca. Ni tampoco se olvida tu antiimperialismo
constante. Irrenunciable. Sin concederles “ni un
poquito así”, como decía el otro inmortal del
“Che”.
Chau, Chávez. Me alegro de haber vivido en tu
época. Haberte conocido. Haberte admirado.
Pero me detengo aquí porque tengo ganas de
llorar y cuando lloro no puedo escribir.
Chau, Negro. Hasta la victoria siempre.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre foto de
chavez.org.ve
El texto de Eduardo Pavlovsky fue publicado en
Página/12. Edición del miércoles 6 de marzo de
2013.