Por Grupo Editor / 8 de Marzo de 2013
JUEVES EN LA PLAZA
YO RECUERDO
De voces y silencios, de poesía cotidiana, está
bordado cada jueves el aire de la Plaza. Las
voces, los silencios, de las Madres, su poesía
viva, rebelde y necesaria. En ocasiones, esas
voces pueden – pequeña burla al tiempo y a la
muerte- ser acunadas, abrigadas en registros
dulcísimos y azules, resguardadas de la
intemperie y el vacío. Y vuelven esas voces,
golondrinas exactas del recuerdo, para acunarnos
a nosotros. Como esas historias que de pibes
hacían menos larga, menos sola, la noche de la
infancia. Hacia junio de 1996, en tiempos de
obediencias debidas y puntos finales, Élida
López, Madre de Plaza 25 de Mayo, advertía:
aunque no queden ojos en la tierra / yo seguiré
mirando…
Audio: Élida López – Yo recuerdo / De Pablo
Neruda
Élida López, la de memoria infinita como sus
historias, supo elegir el tiempo de la
despedida.
El 24 de marzo del 2010 encabezó durante todo el
recorrido la marcha que recordó el Golpe de
Estado de 1976. Fueron entonces 30.000 personas
las que abrazaron a las Madres rosarinas.
Un abrazo por cada hijo de estas mujeres
extraordinarias.
Unos días después de aquella marcha, cuando se
preparaba una serie de homenajes a las Madres
rosarinas, Élida le contó a este cronista que
extrañaba mucho a Darwinia Gallicchio, su
compañera de batallas y ternuras.
Y dijo también que estaba feliz por la justicia
que comienza.
Y mucho más feliz por ver multiplicadas las
presencias jóvenes cada jueves, en la Plaza.
Otra forma de justicia, dijo entonces Élida, que
se nos fue demasiado temprano, cuando el
invierno de aquel 2010 recién se anunciaba.
Su hijo, Adrián Sergio López, fue secuestrado el
8 de noviembre de 1976.
Tenía entonces 26 años, una compañera llamada
María Luz y dos hijos, Julián y Leticia, nacida
apenas diez días antes, el 28 de octubre. Adrián
había hecho la secundaria en una escuela
agrícola-ganadera, había planeado ser
veterinario, pero finalmente trabajaba de
vendedor y, junto a María Luz Montolio,
militaban en el Partido Socialista de los
Trabajadores (PST). Allí se habían conocido, y
se habían enamorado.
Élida contaría que "iban a las villas, con un
grupo de amigos y de amigas, llevaban ropa y
medicamentos, cargaban ladrillos y chapas,
ayudaban. Si había alguien enfermo le conseguían
remedios, les enseñaban a las mujeres cómo
cuidarse, las alfabetizaban, enseñaban a leer, y
a escribir..."
Élida López, la memoria andante. Como aquellos
dioses primeros, los que nacieron el mundo, que
caminaban bailando, Élida sigue su marcha en sus
relatos. Es la voz andante de un tiempo ayer
ceniza. La palabra por decir en tanta ausencia.
Élida multiplicó historias para encender la
memoria. Para que arda la memoria, y ardiendo
queme impunidades y tanto olvido.
Supo contar Élida las mil invenciones de las
Madres en su costura del coraje. La imaginación
es el poder de estas mujeres. Una red de corajes
multiplicando sus hebras. Zurcido indispensable
en la noche del terror. Una costura de la
dignidad.
Sin embargo, está claro: "el dolor no se apaga,
algunos han tenido su castigo, como Alfredo
Astíz, repudiado por todos, no es dueño de su
vida. Emilio Massera igual. Ninguno de ellos
puede ser orgullo de su familia. Los combatimos
y no lograron vivir tranquilos. Pero nosotros
llevamos esta consigna, que siempre nos
acompañó: No olvidaremos, no perdonaremos, ni
olvido ni perdón. Los molinos ya no están, pero
el viento sopla todavía", dijo Élida cuando se
cumplían 30 años del comienzo de la dictadura
militar.
Hacia 1986, Élida dejó Mar del Plata, donde
estuvo radicada durante 23 años, para volver a
recalar en ésta, su ciudad, Rosario, junto a
otras madres tan iguales, tan inabarcables, como
aquellas de la ciudad balnearia.
Cuando Ernesto Guevara hubiera cumplido 80 años,
Élida se reencontró con sus compañeras de Mar
del Plata, que estaban en la ciudad por los
actos en homenaje al Che.
Con esas Madres había comenzado a marchar en
1976, y le había puesto el cuerpo a la dictadura
militar y a la temprana democracia que predicaba
olvidos y punto final.
De las valijas que trajo repletas de historias
de esas Madres marplatenses, alguna vez nos
regaló para la contratapa de la revista
Alapalabra un poema: "Pidiendo que en bandadas
regresen nuestros hijos. / Pidiendo, despacio,
despacito, que vuelvan días felices. / Porque si
no volvieran... / el grito de las madres será al
viento lanzado. / ¡Será un grito largo!",
profetizaban aquellos versos.
Ahora, cuando los juicios multiplican condenas,
ahora que el relato de los sobrevivientes
trenzando va los hilos de la historia reciente,
ahora que amanece un cielo rojo, como de sangre
o de fuego, la voz de Élida nos sigue llegando,
memoriosa, amorosa, incansable.
Es la voz de quien no olvidó nunca.
Un grito largo exigiendo días felices.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de
Alapalabra