Por Pablo Álvarez / 21 de Febrero de 2013
MARÍA IRMA MOLINA
DESDE EL ALMA
De Tarija a Rosario, María Irma Molina recorrió
las estaciones de su tiempo. Sabía, eso sí, que
todo ese camino podía revivir en un segundo. Y
tal vez por eso, Irma podía ser una y todas a la
vez: esta Madre de la Plaza sin quebrantos,
aquella chiquita ayudando a la mamá a lavar la
ropa y moler las especias, la coqueta muchacha
de los bailes, el llanto de la primera soledad.
Era una, Irma, y todas a la vez. Y desde su
partida, en diciembre de 2004, nos hace mucha
falta.
El comienzo de esta historia nos lleva a
Bolivia, y al año 1917. Un año muy intenso para
esta república que protagonizaba las elecciones
presidenciales que llevaron al poder al
candidato liberal José Gutiérrez Guerra. Al mes
siguiente, en julio de 1917, un crimen político
sacudía al pueblo boliviano: el ex presidente, y
general, José María Pando, había sido hallado
muerto en uno de los barrancos de Kencko
(localidad cercana a La Paz).
En medio de este contexto nacía María Irma
Molina, en el pueblo de Tarija, a 200 kilómetros
de la frontera con La Paz.
Irma conoció desde muy pequeña el peso de las
ausencias. Cuando tenía cuatro años se moría su
padre, diputado nacional, y no hacía mucho
tiempo había perdido a dos de sus hermanitos.
Desde entonces su madre, que tenía 36 años, se
hizo cargo de la familia.
Primero en Tarija, después en Villazón, Irma y
sus nueve hermanos crecieron en un mundo difícil
y muy cambiante.
Entonces los días y los juegos tenían el sabor
de la Aloja, o Aguafuerte, una bebida que ellos
habían aprendido a preparar con el fruto de la
algarroba blanca.
Pero esto sólo es el principio.
VALIJAS
El señor Martínez era un músico que venía desde
otras tierras. Era pianista y director de su
orquesta, y había llegado a Bolivia con un
manojo de tangos que enamoraban a las
jovencitas.
Irma era entonces una muchacha y nos cuenta, con
temor a presumir, que muy bonita.
Aquella noche de tangos tomaba un refresco con
sus amigas y pedía canciones. La orquesta
tocaba.
Las muchachas no lo habían advertido, pero
cuando terminaba la noche la cuenta ya estaba
paga. "El señor Martínez las ha invitado"- les
dijo el mozo. "Bueno, queremos conocerlo para
agradecerle"- dijeron las muchachas. Entonces
comenzó la charla, y más refrescos...
Así nacía el amor que la llevaría a viajar más
al sur. Irma no lo sabía, porque tenía que pasar
un tiempo antes de vencer sus miedos, los miedos
de su familia, y tomar la decisión.
Aquella noche le había pedido a la orquesta el
vals "Desde el alma". Era el que más le gustaba.
Un año y medio después, allá por 1945, Irma se
casó con el pianista y se vino para Rosario, con
22 años y la valija cargada de sueños.
PAÑUELOS
El relato nos lleva a la década del setenta.
Irma nos cuenta de sus dos hijas: Francisca Paz
Dora, la mayor, trabajaba como modista, y Marta
Martínez estudiaba Filosofía y Letras en la
Facultad de Humanidades y Artes.
Ambas eran muy unidas. Francisca acompañaba
siempre a su hermana menor.
Irma no sabía hasta entonces de la militancia de
Marta.
"¿Se puede decir...?- Nos pregunta, antes de
contarnos que su hija menor militó en el ERP,
Ejército Revolucionario del Pueblo.
El 14 de mayo de 1977, ambas hermanas son
secuestradas en su departamento de Buenos Aires.
De acuerdo al testimonio de los vecinos se había
preparado una zona liberada para detenerlas.
"Aquella noche- nos cuenta Irma- tuve que dormir
sola en aquel departamento. Vi cómo dejaron todo
revuelto, cómo robaron, el desastre que dejaron.
Porque en ese momento no podía pensar en otra
cosa y me fijaba en las pertenencias que
faltaban".
Desde entonces Irma comenzó la búsqueda, la
travesía que la haría recorrer iglesias,
cuarteles, juzgados, colas interminables en la
OEA, cuando no habían abogados ni jueces que se
atrevieran a recibir las denuncias, cuando un
hábeas corpus costaba un millón de pesos.
Así se encontró con las primeras Madres de Plaza
de Mayo y se sumó a la marcha de los pañuelos.
Desde Rosario, junto a Nelma Jalil, marcharon a
Buenos Aires, donde pudo conocer a las Madres y
a esa mujer tan valiente, Azucena Villaflor.
PARTIDAS
El 30 de diciembre, cuando se asomaba el 2005,
Irma se fue de viaje hacia el misterio, en
silencio, sin despedidas, después de haber
visitado a su familia en Tarija.
Nos queda el orgullo de haberla conocido, de
haberla acompañado cada jueves en la Plaza 25 de
Mayo, de haber compartido momentos inolvidables.
Irma tenía una inquebrantable alegría, una
sonrisa que nunca pudieron robarle.
Como en el vals, "Desde el alma", las heridas,
que son muchas, no evitaron que Irma se niegue
al olvido.
Ella nos contó su historia, una mañana de
septiembre de 1999. Nos contó de su orgullo de
haber sido amada, de haber amado mucho.
Nos habló de su hijo, que vive hoy en Australia,
de su marido y del sindicato de músicos.
Y allí andará, habitando los sueños de cada uno
de nosotros, en la marcha de los jueves, en la
obstinación de seguir señalando a cada uno de
los asesinos y a sus cómplices que caminan
nuestras calles, en la urgencia de conseguir que
este mundo sea diferente.
Ya lo habíamos dicho, un pañuelo blanco no puede
ser despedida, nunca más.
Por eso Irma andará entre nosotros, y brindamos
por eso.
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Imagen: Mariana Lezcano para Alapalabra.
Publicado en Revista Alapalabra. Año 2, Nº 7.
Edición de febrero de 2005