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Por Carlos Del Frade / 5 de Julio de 2013
EL ASESINATO DEL OBISPO CARLOS PONCE DE LEÓN
LA PASTORAL ROBADA

El próximo 10 de julio la Mesa de la Memoria por la Justicia de San Nicolás realizará en forma conjunta con una Comisión Diocesana un homenaje al obispo Carlos Horacio Ponce de León, al cumplirse un nuevo aniversario de su muerte. El acto tendrá lugar a partir de las 19.00 horas en el auditorio de la Casa del Acuerdo de San Nicolás, y contará con la presencia de Sofía y Gastón Ponce de León, sobrinos-nietos del obispo. La Mesa de la Memoria señala en la convocatoria al encuentro que el homenaje se realiza "con la firme intención de que la causa judicial tenga un impulso definitivo que determine la verdad de su trágica muerte". Ponce de León fue asesinado el lunes 11 de julio de 1977. Desde entonces, su pastoral fue desterrada y olvidada. Y nadie, desde el interior mismo de la institución iglesia se ocupó de aclarar el final del sacerdote ni tampoco se reparó en la documentación de una historia de diez años en San Nicolás de los Arroyos. Reproducimos parte de la investigación desarrollada por el periodista Carlos del Frade sobre la vida y la muerte del Obispo de San Nicolás.
 




LA CONSTRUCCIÓN DEL OLVIDO
No hay memoria sobre Ponce de León, ni oficial ni popular.
Hay una clara y notoria diferencia con lo sucedido con Enrique Angelelli, el obispo riojano y hasta con los sacerdotes palotinos.
El obispo de San Nicolás le molestaba a todos los factores de poder de la ciudad y de la principal provincia argentina, Buenos Aires.
Y ese enfrentamiento, de acuerdo a lo que se desprende de los testimonios acumulados en este trabajo, viene desde la propia asunción del obispo.
A veintiocho años de los hechos que todavía son calificados de accidente, San Nicolás no tiene nada que ver con aquella ciudad que conoció el ex obispo.
La privatización de SOMISA a principios de los años noventa convirtió a la ex ciudad obrera en una tierra de cuentapropistas y actividades vinculadas con los servicios.
En esos mismos años se desarrolló de una manera geométrica el culto a la Virgen del Rosario luego de su supuesta aparición el 25 de setiembre de 1983.
La ciudad de María no tiene ninguna relación con la ciudad de conciencia cristiana comprometida por la que había trabajado Ponce de León.
Aunque resulte exagerado, por lo menos en primera instancia, el contraste entre la religiosidad que buscaba el protagonismo popular incentivada y promovida por Ponce de León y el culto individualista que espera una solución milagrosa que se mueve detrás de las masivas concentraciones de cada 25 de setiembre, es muy grande.
La Virgen del Rosario resultó funcional a la destrucción de la pastoral de Ponce de León.
Queda claro que no es culpa de la Virgen pero si de los sectores que desde los tiempos del obispo asesinado alentaron otra forma de iglesia vinculada a los privilegios de pocos.
La Acción Católica, gran parte del clero diocesano, los empresarios vinculados a la ex SOMISA y los principales dirigentes políticos y gremiales de la Unión Obrera Metalúrgica, jamás promovieron ninguna investigación seria sobre el final de Ponce de León. Simplemente porque el obispo los molestaba.
La Virgen del Rosario, en cambio, le es funcional.
Multitudes de cientos de miles consumen durante días diversos servicios que les ofrece la ex ciudad obrera. Millones de pesos quedan en el municipio.

De ciudad obrera a ciudad de turismo espiritual, de ciudad que promovía un cristianismo de transformación social a ciudad que auspicia la contemplación y la espera desesperante de un milagro individual, de ciudad trabajadora a ciudad de cuentapropistas.

Pero más allá de estas transformaciones, los intereses que criticaron a Ponce de León no solamente se mantuvieron sino que crecieron en influencia económica, política y religiosa.
Los empresarios privados vinculados a la ex acería estatal se quedaron con el gran negocio; los dirigentes sindicales continuaron en sus puestos aunque seis mil obreros quedaron en la calle; los laicos que denunciaron al obispo como comunista multiplicaron sus patrimonios y los sacerdotes relacionados con todos esos sectores fueron ascendidos en la carrera institucional.
Por su parte, los militares, integrantes de otras fuerzas armadas y de seguridad, continúan impunes, por lo menos hasta ahora.
Los que mataron a Ponce de León les hicieron un gran favor a los actuales privilegiados de San Nicolás, en particular, y de la provincia de Buenos Aires, en general.
Pero, ¿quién mató al obispo?

Hay una conclusión de Emilio Mignone, gran militante cristiano que sufrió la desaparición de su hija durante del terrorismo de estado, que anota en su imprescindible libro "Iglesia y dictadura" y que resulta sugestiva pero necesaria a la hora de pensar el origen del asesinato: "La dictadura militar encontró al episcopado en un estado de ánimo propicio para esos argumentos. Los cambios copernicanos producidos por el Concilio Vaticano II (1962-1965) y los documentos aprobados en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968), produjeron una fuerte crisis interna en la Iglesia argentina; sorprendieron y desbordaron a los obispos, que no estaban preparados para encabezarlos y conducirlos. Los desenvolvimientos políticos de la década del 70, en parte producto de esa conmoción, terminaron por asustarlos. Su única preocupación consistió, entonces, en encontrar la forma de sacarse de encima a los perturbadores y volver al antiguo orden. Los militares se encargaron, en parte, de cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados".
En estas páginas justamente se verificará la relación entre los hechos colectivos de la profunda revisión que entrañaron los años sesenta y setenta y la historia de vida de Ponce de León.
La camioneta que impactó con precisión asesina contra el Renault que conducía el obispo venía recorriendo un largo camino.
Era una ruta que funda su línea de largada en San Nicolás y en los intereses que claramente se mostraron molestos e incomodados por su pastoral.
Aquel hecho del 11 de julio de 1977 fue presentado como un accidente. Tal como habían hecho el 4 de agosto de 1976 con Angelelli.
Pero a esa máscara impuesta, se le sumó la destrucción de la memoria de la pastoral de Ponce.

Dos veces lo desaparecieron a Ponce de León, entonces.
Y en estas líneas se dicen los por qué. Lo dicen los protagonistas de aquellos años apasionados.
Hay historias de novela. Como la del padre Roberto Damico que comenzó siendo un sacerdote por el Tercer Mundo y terminó convertido en cura sanador en los años noventa para poder tener algún lugar de tranquilidad existencial, tal como se lo dijo al autor de estas líneas.
Activistas de la más rancia derecha de la Acción Católica que se oponían a Ponce de León y que hoy forman parte de la justicia federal nicoleña y que por mucho tiempo habían perdido el expediente original del caso.
Ex obispos que suelen frecuentar los grandes medios de comunicación, como monseñor Justo Laguna y que fue el "interventor" de la diócesis después del asesinato. El mismo Laguna que ofreció la espada del genocida Suárez Mason a la imagen de la Virgen de La Merced en La Plata, como recordó un ex ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Barrios como Villa Pulmón en donde antes florecía el trabajo comunitario impulsado por la creencia de una religión comprometida por el cambio social y que veinte años después sirven de plaza para recibir a medio millón de personas cuyo único objetivo es saludar la imagen de la Virgen del Rosario a ver si pueden salvar algún aspecto de sus vidas personales.

Silencios cómplices como el del arzobispado rosarino, a través de Guillermo Bolatti, cuando el nicoleño le pidió ayuda para denunciar el ensayo general del terrorismo de estado que se desencadenó en Villa Constitución el 20 de marzo de 1975.
Obispos que no citan a Ponce de León, como si pesara una especie de maldición al invocarse su memoria. Aunque también cabe la esperanza que alguno de ellos ayude a construir memoria, verdad, justicia y esperanza, aunque sea un poco.
Si la institución Iglesia Argentina jamás emitió un documento público sobre Ponce de León es porque está cómoda en el olvido, la desfigurada presentación del abrupto final en la ruta 9 y porque no le interesa saber lo que sabía el obispo de San Nicolás en torno a los monjes palotinos, la ya mencionada invasión a Villa Constitución en 1975, el secuestro de bebés y la propia muerte de Angelelli.
En un país que tiene el corazón y el ombligo en Buenos Aires, cuesta creer que no interese saber qué sucedió con un obispo del primer estado argentino.
Si es tan grande el silencio sobre Ponce de León es porque fue bien grande lo que generó y fueron bien grandes las molestias que causó.
Hoy, en San Nicolás, la Virgen del Rosario y su culto multitudinario y solitario, al mismo tiempo, tapa todo.

Aquí está, entonces, una historia personal y colectiva.
Los hechos que produjo Ponce de León pertenecen a la Argentina soñada por miles de jóvenes que dieron su vida para que las mayorías, alguna vez, fueran felices.
Por eso es necesario construir justicia sobre el ex obispo de San Nicolás.
Será una manera concreta de hacer realidad parte de aquellos proyectos colectivos inconclusos que hoy forman parte de las urgencias de los que son más en estas tierras.

PONCE DE LEÓN Y VILLA CONSTITUCIÓN
"Es necesaria la reivindicación del obispo Ponce de León", empieza diciendo Raúl Vacs, sobreviviente de las mazmorras del terrorismo de estado en San Nicolás, histórico dirigente del Partido Comunista y hoy militante por los derechos de los jubilados.
Su testimonio habla de la labor del obispo asesinado el 11 de julio de 1977, en cercanías de Ramallo, cuando Villa Constitución sufrió la invasión de cuatro mil integrantes de la policía federal, patotas del sindicalismo de derecha, grupos de la policía santafesina y personal de los Comandos del Ejército, tanto de Buenos Aires, como de Santa Fe.
-Me contacté con él a partir de aquella primera experiencia fascista en la Argentina que fueron los hechos de Villa Constitución. Yo estaba, en esos días de la invasión de la ciudad vecina a San Nicolás, en España.
Pero mi hijo estaba en la casa de un amigo, de Raúl Horton que era fotógrafo.
Ese día, el 20 de marzo de 1975, tuvieron que cobijarse debajo de una mesa por el ruido infernal de balas, los estruendos sobre los techos de zinc, las puertas violentadas. Fue una noche de terror.
El hijo de mi amigo, obrero y delegado de Acindar, pudo escapar de esa represión junto a Segovia, el único integrante de la comisión directiva del sindicato que siguió en libertad.
Raúl Horton hijo, entonces, comenzó a promover un comité de lucha por los presos de Villa Constitución.
Hablé con él en Rosario.
Y me pidió que hiciéramos todo lo posible para hablar con Alberto Rocamora, el entonces ministro del Interior del gobierno de Isabel Martínez de Perón. La idea era que Rocamora ofreciera garantías para hacer una entrevista con ellos y que, de paso, cuidara la vida de los activistas.
Nosotros hicimos un comité de ayuda en San Nicolás y en eso debo reconocer el notable papel que tuvo el intendente radical de entonces, Atilio Parodi. Las reuniones se hacían, justamente, en el local de la UCR.
Entonces decidí entrevistarme con monseñor Carlos Ponce de León.
Cuando lo fui a ver tuve que eludir la presencia de monseñor Mancusso que era el prototipo de la iglesia reaccionaria, todo lo contrario de Ponce.
Al fin pude llegar hasta él y le expliqué el problema.
-¿Cuándo tendría que viajar para entrevistarme con Rocamora? - me preguntó el obispo.
-Ayer -le dije.
-No, ni ayer, ni hoy. Mañana. Porque primero tengo que entrevistarme con el obispo de Rosario porque Villa Constitución pertenece a la diócesis de Rosario. Yo se que se va a oponer. Pero necesito no pasar por encima de él. Como se que me va a decir que no, mañana viajo a verlo a Rocamora. Y lo hizo.
No tuvo ni la entrevista ni las garantías", contó Raúl Vacs.
Bolatti, en tanto, tenía como secretario al sacerdote Héctor García, el mismo que tiempo después exigiría regalos a los familiares de los desaparecidos que buscaban información sobre el destino de sus seres queridos.
Treinta años después, el arzobispado rosarino todavía no ha hecho ninguna autocrítica sobre su complicidad con el terrorismo de estado e incluso ha promovido a Eugenio Zitelli, capellán de la policía rosarina, al rango del monseñor, aprobado desde el Vaticano.
Ahora hay que sumarle, después de la declaración de Vacs, su desprecio por la suerte de un verdadero obispo cristiano como Carlos Ponce de León.
"Es necesario hacer que se conozca toda la pastoral de Ponce de León, especialmente en San Nicolás. Aquí los que piensan que fue asesinado, muchos creen que lo mataron por perejil. Y Ponce de León no era ningún perejil", agregó Vacs.
-Era un hombre muy preocupado por lo que acontecía en el país.
En una carta que envió en la cuaresma de pascua, dirigida a sacerdotes, laicos y fieles de la diócesis tiene párrafos notables:
"Esta carta de cuaresma pretende ser un reconocimiento de los pecados de nuestra iglesia diocesana y de esta sociedad, siempre hay que empezar por casa..."
"Es innegable el clima de tensión en el plano internacional y nacional, la falta de justicia hace difícil la paz, si quieres la paz trabaja por la justicia...En el orden nacional existe gran incertidumbre por el futuro político y económico. La acentuada influencia de las fuerzas armadas, la continua acción represiva, la funesta evasión impositiva, los quebrantos financieros con consecuencias definitorias como el cierre de fuentes de trabajo; un sindicalismo politizado en no pocos casos que debería responder más ampliamente a las necesidades de la clase trabajadora y que llega hasta traicionar los mismos intereses de los obreros. Conflictos planteados en la iglesia nacional que llevan al enfrentamiento de obispos entre si y con frecuencia obispos y sacerdotes con autoridades. Situaciones eclesiásticas que se definen más a nivel jurídico que en lo humano y pastoral".
"Para muchos aparece una imagen de iglesia comprometida con el poder a través de discursos y hechos. Nuestra comunidad diocesana padece de diversos males que sostenerlos y callarlos sería hacerse cómplice de los mismos".
Y este párrafo lo quiero subrayar con la carta firmada por el propio obispo y otras personalidades sociales que pidieron por mi libertad. Yo que era el secretario general del Partido Comunista de San Nicolás, era defendido y atendido por un obispo de la iglesia católica. Me siento orgulloso de haber recibido semejante ayuda.
Esa carta decía que "evitar injusticias es también colaborar con el orden y el silencio de los deben y pueden opinar como los suscriptos están encaminados en ese sentido. De allí nuestro pedido de reparación", decía ese texto.
Y volviendo a la carta diocesana de la cuaresma, terminaba diciendo: "Nos sentimos desbordados pero no derrotados. Ni somos pesimistas. Sabemos que estamos en la lucha con la esperanza que nos da Cristo y que nos transmite su alegría pascual".
Este era el obispo Ponce de León. El mismo que hacía reuniones con los familiares de los detenidos desparecidos en plena catedral de San Nicolás. Y cuando estábamos en la cárcel nos hacía llegar sus especiales saludos a través de Mancusso que lo hacía a regañadientes, como mordiéndose la bronca. Esos especiales saludos eran para dos personas, uno era Ricardini, un muchacho peronista, afiliado al Peronismo Auténtico y que durante mucho tiempo ofició de monaguillo, y otro era el secretario del Partido Comunista, quien le habla. Un auténtico cristiano que hay que reivindicar", terminó diciendo Raúl Vacs, sobreviviente y militante por los derechos de los jubilados.
El 23 de setiembre de 1975, una homilía del provicario castrense, Victorio Bonamín, durante un funeral de militares asesinados, es interpretada como un llamado al Ejército para hacerse cargo de la situación institucional.
En la Navidad de aquel año, Jorge Videla, emplaza al gobierno de María Isabel Martínez de Perón, a un plazo de noventa días.

LOS CHICOS DETENIDOS Y SAINT AMAN
El padre Gómez recordó que el obispo intercedió por la desaparición de niños y personas. Saint Aman le respondió: "Y si, yo los detengo, ¿y qué?".
-Yo voy a hacer desaparecer a todos los que están junto a usted y a usted todavía no puedo porque es obispo –lo amenazó Saint Aman a Ponce.
Ponce era amenazado por carta y por teléfono de manera constante.
-Antes fue Angelelli, ahora te toca a vos –decía un papel que estaba sobre el escritorio de Ponce con el dibujo de un ataúd.
Otra nota decía: "Preparate porque en julio se te acaba". Eso ocurría a fines de 1976.
Llegaron a detener a quince seminaristas, tomándoles antecedentes en la policía y tuvo que ir el propio obispo para sacarlos en libertad.
En febrero de 1977, mientras Gómez y Ponce veraneaban en La Tregua, localidad de Oriente, cerca de Necochea, salieron a ver la luna sobre el río Quequén.
-Quiero que estudies en Alemania antropología, porque tu vida corre peligro. Ya tengo los pasajes... Me hubiese gustado mostrarte esta luna en unas cuevas en Europa... No llego a octubre... Es más, me dicen que no paso de julio –le dijo el obispo.
-¿Por qué no te vas a Roma? –le imploró Gómez.
-No, por qué me tengo que ir... Yo no tengo que huir de nadie. Yo no hago nada mal. Estoy ayudando a los que me necesitan.
-Te van a matar...
-Mirá, Nicolás... vos ahora no entendés...
"Eso era una opción de vida y que si eso implicaba morir por esa opción de vida, lo haría y era consciente de ello", recordó el cura Gómez.

EL ASESINATO
El 11 de julio de 1977 fue asesinado en Villa Ramallo, provincia de Buenos Aires, el obispo de San Nicolás, Carlos Horacio Ponce de León.
Un mes después, Miguel Ramondetti, que durante seis años fue secretario del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, emprende el exilio, con un pasaporte argentino obtenido por la Nunciatura por instancias del obispo Jorge Novak y asciende al avión conjuntamente con el secretario del nuncio Pío Laghi.
En agosto de 1977, 47 sacerdotes del Movimiento habían abandonado el país.
La historia oficial cuenta de esta manera el final de Ponce de León: "El Señor lo llamó junto a si, para premiar todo que trabajó por su reino, una mañana de gran neblina, mientras viajaba a Buenos Aires, por trámites pastorales y con motivo de visitar sus seminaristas que habían tenido un accidente sin mayores consecuencias, antes de llegar a la Rotonda de Ramallo, donde tuvo un accidente automovilístico, a las siete de la mañana aproximadamente, perdiendo el conocimiento y sin volver a recuperarlo. Fue el día once de julio de 1977. Trasladado del Hospital Municipal de Ramallo donde recibió las primeras atenciones, a la Clínica San Nicolás, estuvo en la sala de terapia intensiva hasta las 19 y 45 aproximadamente, en que su alma generosa y entregada al bien de sus hermanos, voló a la casa del Padre", escribió el vicario general monseñor Roberto Lorenzo Mancuso.
Aquel extraño accidente evitó que Ponce de León llegara hasta la Conferencia Episcopal Argentina llevando una serie de carpetas en donde se encontraba la documentación de los obreros desaparecidos desde la irrupción de la dictadura, no sólo en San Nicolás, sino también en la zona de la otra gran acería, Acindar, en Villa Constitución.
Eso transportaba Ponce de León aquella mañana, cuando era acompañado por el marinero de la Prefectura Naval Argentina, Víctor Martínez, quien se accidentó junto al obispo.
El diario "El Norte", de la ciudad nicoleña, tituló: "Trágicamente falleció nuestro obispo diocesano".
Señalaba que "en las primeras horas de la madrugada de la víspera y por causas aún no debidamente establecidas, presumiblemente debido a la intensa niebla y a los resbaladizo del pavimento, colisionaron a la altura del kilómetro 212, jurisdicción del partido de Ramallo dos automóviles, un Renault 4 L, propiedad del Obispo de San Nicolás y la pick up marca Ford conducida por Luis Antonio Martínez y acompañado por Carlos Bottini".
El diario también decía que el choque fue como consecuencia de un supuesto trompo de la camioneta que "embistió de lleno el lado izquierdo del Renault que conducía Ponce de León" y agregaba un elemento que nunca se explicó: "por determinación policial no fue posible a nuestro enviado gráfico tomar notas sobre el vehículo que se encontraba en la comisaría de villa Ramallo".
Fue el arzobispo de Santa Fe, Vicente Faustino Zazpe, quien despidió los restos de Ponce de León, diciendo entre otras cosas que "su vida lleva la impronta de la afectividad y la emoción, la exultación y la depresión, la alegría pronta y el sufrimiento rápido".
Luego Zazpe deslizó su obsesión por aquellos años: el poder y sus ramificaciones.
"La experiencia de la historia ha demostrado siempre que las cúspides supremas del poder, vividas en responsabilidad de servicio, han sido difíciles, dolorosas y desgastadoras".
Más adelante Zazpe fustigó a la propia Iglesia. Y hablaba no solamente por lo que le pasaba a Ponce de León, sino también a él mismo. Dijo Zazpe que "la internidad de la Iglesia es difícil y el mundo circundante es complejo, las situaciones inéditas y el futuro oscuro".
"El Obispo debe evangelizar este mundo en medio de tensiones, impaciencias y a veces en clima de agresividad", dijo Zazpe quien ya había vivido el doloroso hecho del asesinato de su amigo Enrique Angelelli, el 4 de agosto de 1976, también en un "extraño accidente de ruta".
Zazpe sabía que sobre Ponce de León se había desatado una campaña de amenazas e intimidaciones y hasta el conocido mote de "obispo rojo".
Zazpe mismo lo estaba viviendo en carne propia.
Para el sacerdote que se convirtió en cura sanador en los años noventa, Roberto Damico, que atiende en el Colegio Don Bosco, de la ciudad nicoleña, Ponce de León "desarrolló una pastoral que le daba apoyo a los sectores que trabajaban junto a los obreros para que tengan una conciencia propia y que trabajen para su liberación".
Damico agregó que "cuando llegaron los militares y empezaron las desapariciones, Ponce de León comenzó a recibir a los familiares que intentaban encontrar a los detenidos. El obispo iba haciendo carpetas propias y las llevaba mensualmente a Buenos Aires, a la conferencia episcopal y también ante el jefe del ejército de la provincia, el general Suárez Mason, para interceder ante él y pedir por la suerte de los desaparecidos".
El ahora cura sanador, en aquellos años previos al golpe, era un fervoroso militante de las causas populares. Narró una anécdota que pinta de cuerpo entero la dimensión de la persecución que se desató contra los curas del "obispo rojo".
Recordó: "Una mañana nos encontrábamos trabajando con los alcohólicos acá en el colegio y de pronto vemos una serie de camiones del ejército del que bajan soldados. También había un helicóptero arriba de la escuela. Me buscaban a mi. La única que me quedaba era salir con los borrachos y así fue. Me hice pasar por uno de ellos y zafé. Era una locura", cuenta Damico.
Damico también contó que "los militares le tenían mucha bronca a Ponce de León. No lo querían en San Nicolás", agregó.

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Imagen: Carina Barbuscia sobre foto de archivo.
 

 

 
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