Por Aída Albarrán / 31 de Mayo de 2013
JUEVES EN LA PLAZA
LAS PUERTAS DEL FUTURO
Cada jueves, la Plaza 25 de Mayo se va poblando,
paciente y resueltamente, de voces, de pasos, de
historias. Sucede cuando las horas comienzan a
descorrer el telón del día, cuando los apuros
van raleando, cuando las miradas se demoran en
el corazón de la tarde, en el centro mismo de la
vida. Las manos de nuestras Madres anudan los
pañuelos bajo el mentón, trazan en el aire el
saludo que ampara de los trajines diarios, y
sostienen la esperanza como si fuera un pibe
recién inaugurado. Cada jueves, la larga marcha
de las Madres revive el fuego solitario del
compromiso único con la memoria, la verdad y la
justicia. Un fuego que arde en esta Plaza más
allá de quienes las siguen silenciando por las
miserias de la transa y el acomodo; más allá de
quienes las siguen ignorando por lo
inconveniente del recuerdo; pero bien cerquita
de quienes levantan la utopía como bandera
cotidiana.

El dictador ha muerto. Hoy jueves, en la plaza,
casi nadie lo comenta. Según las noticias murió
de muerte natural. Varias fuentes periodísticas
(si el informe es veraz) afirman que según el
certificado de defunción "se lo encuentra en el
baño de su celda, sentado en el inodoro,
inconsciente. Los médicos constatan que no
presenta signos vitales". ¿Una metáfora? El
dictador ha muerto en el lugar adecuado: allí,
donde se arroja el excremento. Según otras
versiones de internos que comparten pabellón y
condena por crímenes de lesa humanidad "el
general" no recibió la atención adecuada.
Entonces, la versión fehaciente se difunde; un
periodista médico o un médico que dice trabajar
de periodista instala la posibilidad de que se
haya tratado de mala praxis médica y falta de
cuidados; los replicantes toman nota, quizá hubo
abandono de persona. Conmueve tanta
preocupación.
Así de fácil parece construir y desarmar el
pasado, que por supuesto no está formado solo
por hechos fidedignos sino por las palabras que
le dan forma y sentido.
Cada discurso es irrevocable; en algún momento
cada uno se tendrá que hacer cargo de lo dicho u
omitido, de su posición en el mundo.
Hoy es jueves, Chiche y Norma todavía pueden
seguir las huellas de sus compañeras.
El dictador ha muerto, nadie lo menciona ni
comenta. El hablar de las madres arranca en el
pasado pero tiene forma de presente, poseen el
don de reclamar poéticamente, la plaza es un
remanso para el dolor, pero también es la
fortaleza donde se sostienen convicciones y
acontece la memoria. La plaza es vida que se
acurruca en los pañuelos.
Después de la ronda, como es costumbre, estamos
en el bar. Chiche recorre con su índice la tapa
de un diario, "la viste", me pregunta. Ajena a
la rapidez de las redes sociales que publican,
difunden y fagocitan con la liviandad de lo
efímero todo tipo de imágenes, opiniones y
noticias, no sabe que esa tapa fue compartida
infinidad de veces. Ella desliza con delicadeza
su mano sobre la palabra VIDA que en la
superficie emerge de la muerte. El nombre del
dictador se quiebra, es una ausencia.
"Qué sentiste cuando escuchaste la noticia", le
digo.
Ella, con sabiduría, responde: "nada, sólo una
pena muy grande por todo lo que no dijo y se
llevó a la tumba". Una voz asiente, "aunque
hubiese vivido cien años más, nada hubiese
dicho, hay un pacto de silencio, todo depende de
nosotros".
Eso fue todo, apenas un comentario que se
desliza como susurro. Nada es casual, no le dan
entidad a quien quiso negar entidad e identidad
a los desaparecidos hoy presentes más que nunca
en el devenir de "ese discurso amoroso" que
articularon con dignidad y paciencia. Ellas,
como escuché decir alguna vez, pasaron el
cepillo a contrapelo de la historia. El tiempo
ha limado el dolor, pero recuerdan la infinita
presencia de sus hijos con la contundencia de la
vida.
En el discurrir de la plaza Norma confesó alguna
vez que preferiría no recuperar los restos de su
hijo. Desea recordarlo vivo, como era, buen mozo
y alegre, tal como salió ese día de su casa
cuando le dijo hasta luego y nunca más volvió.
Ésa es la imagen que guarda anclada en algún
lugar de su intimidad. A Lila la saludo siempre
con un "hola profe", y hace un guiño, sabe que
fui su alumna en la secundaria, quizá su hija
haya tenido mi edad. Se ríe cuando le cuento que
en quinto año fue la primera vez que no me llevé
matemática. Tal vez me hizo entender que hay que
comprometerse y esforzarse con cualquier
actividad aunque no nos guste. Ese carácter
fuerte la llevó a buscar primero a su hija, a
recuperar a su nieta detenida junto a su mamá
cuando tenía un año y tres meses. A su nieta la
recuperó, a su hija no, pero dio testimonio y
fue querellante en los juicios. Lila también
hizo lo que no le gustaba, o acaso algún
desprevenido ciudadano, de esos que cruzan la
plaza sin detenerse pensará que esas mujeres
están allí para el goce y la fama. Están en la
plaza por sus hijos, los verdaderos
protagonistas. La verdad no se escapa, su
aparente fugacidad renace en cada ronda, la
dictadura es un pasado cargado de tiempo actual.
Pero no se comprende. Todavía algunos pretenden
esconder la historia debajo de la alfombra, no
ver, no saber, no entender, adormecer la
conciencia.
Hoy es jueves, están en la plaza como todos los
jueves, y allí seguirán.
No es casual que Norma, cuando un familiar muy
cercano le recriminó "¡hasta cuándo vas a seguir
con esto!", haya contestado: "hasta que me den
la cabeza y las piernas".
Nada fue ni es fácil para ellas, ni el comienzo
signado por la búsqueda, el engaño y la soledad,
ni el presente marcado por la indiferencia
-aunque hayan logrado algunos reconocimientos-.
Nada es suficiente para restaurar la orfandad a
las que estuvieron expuestas; o los comentarios
despectivos de amables ciudadanos que en la
actualidad pagan sus impuestos, se conduelen por
algún asesinato, se preocupan porque esta
democracia se parece a una dictadura pero no se
acercan o apuran el paso cuando cruzan la plaza
porque allí la corriente subterránea de la
historia emerge con la contundencia de la luz e
ilumina las ideologías.
Nada fue ni es fácil para ellas, ni el pacto de
silencio de los asesinos, ni el silencio en la
vida del hogar. Difícil es digerir una
desaparición en la familia, alrededor de la mesa
había y hay un ausente, ni muerto ni vivo,
desaparecido.
¿Cómo digerir el plato servido con este
ingrediente? ¿Cómo sazonar la vida? Cada uno
hizo lo que pudo, la frustración de los sueños y
los proyectos convirtieron el dolor en silencio,
en deseos y reclamos nunca satisfechos o
enunciados. ¡La verdad se sirve cruda! Y ellas,
las mujeres, abandonaron la cocina, asumieron la
crudeza de la calle y pusieron las palabras, el
cuerpo y la esperanza.
Hoy es jueves. Están en la plaza. Ni los muertos
están a salvo de los asesinos. Lo saben, lo
aprendieron con el tiempo. El dictador ha
muerto, nadie lo nombra.
Ellas son las puertas por donde entra el futuro.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre foto de
Alapalabra.
Publicado en enREDando / Edición del 28 de mayo
de 2013
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