Por Alejandra Daldán / 10 de Mayo de 2013
LA SOCIEDAD RURAL Y LA REPRESION EN EL INTA
UNA LÍNEA DE CONDUCTA
Por la denuncia de un sobreviviente y varios
familiares de las víctimas en el INTA durante la
dictadura, la Justicia investiga desde
principios de año el papel jugado en la
represión por los empresarios rurales y su
decisión de destruir las líneas de trabajo que
afectaban sus intereses. Una causa que sigue
develando el mapa de la complicidad y el
protagonismo civil en el terrorismo de Estado
que asoló la región. Y que ayuda a explicar,
también, algunos rasgos de la cara oculta de ese
terrorismo de Estado: la de los ganadores del
modelo económico instalado a puro negociado,
picana y pólvora. La cara de los empresarios de
la represión.

Antes del golpe de 1976, el Instituto Nacional
de Tecnología Agropecuaria (INTA) tenía unos
5000 trabajadores y al menos 794 fueron
cesanteados durante la dictadura. Entre ellos
hubo detenidos, personas obligadas a renunciar,
trasladados, asesinados y cuatro desaparecidos.
Todos esos datos comienzan a ser revisados en
una causa judicial impulsada por un
sobreviviente y familiares de los desaparecidos
en el juzgado federal de Daniel Rafecas. Las
víctimas le piden a la Justicia un análisis de
lo ocurrido como un “todo” y una revisión de las
responsabilidades penales a la luz de la
actuación que tuvieron los civiles y en
particular la Sociedad Rural Argentina (SRA)
que, desde el Consejo Directivo Nacional del
organismo, tuvo un rol determinante en esa
depuración.
La Sociedad Rural Argentina integra el INTA
desde la creación del organismo, en 1956. Desde
entonces forma parte del Consejo Directivo
Nacional, junto a las otras organizaciones
empresarias del campo, Coninagro, CRA y la
Federación Agraria. El Consejo tiene además un
presidente y un vicepresidente nombrados por el
Poder Ejecutivo y un director nacional elegido
por concurso. Con el golpe de Estado de 1976, la
dirección del organismo fue intervenida por la
marina, pero los delegados de las entidades
agropecuarias mantuvieron sus lugares.
Esa intervención cívico-militar fue la encargada
de perseguir a los técnicos y científicos que no
eran afines a la política agropecuaria de José
Alfredo Martínez de Hoz. En el contexto de esta
causa, cobra relevancia el papel jugado por la
SRA y los editoriales del diario La Nación en
esa depuración, detrás de la cual aparece la
voluntad dictatorial de intensificar el proceso
de trasferencia de conocimiento y tecnología
hacia los sectores privados y agroindustiales
más concentrados.
La denuncia que se presentó en el juzgado de
Rafecas tiene el patrocinio del abogado Rodolfo
Yanzón. Recoge en un único escrito lo que
durante años se tramitó como causas separadas y
fue acompañada por un “amicus curiae” presentado
por las autoridades actuales del Instituto que,
de este modo, se ponen a disposición de la
investigación. El escrito le pide a Rafecas que
evalúe responsabilidades por 1) la confección de
listados de futuras víctimas dentro de la
institución y 2) por el lugar que los acusados
ocupaban en lo que definen como “la cadena de
mandos”.
Entre los nombres, aparecen los dos
interventores del INTA ya fallecidos: el capitán
Alberto Rafael Heredia y su sucesor, David
Arias, un civil del mundo empresario. También se
menciona al Ministerio de Economía, encabezado
por Martínez de Hoz, y a la Secretaría de
Agricultura, de la que dependía directamente el
Instituto. Por allí pasaron Mario Cadenas
Madariaga, una de las voces de la SRA escuchadas
en el conflicto por la 125, que se desempeñó
como secretario, y Jorge Zorreguieta,
subsecretario a partir de abril de 1976 y
secretario desde 1981. Zorreguieta había ocupado
un puesto directivo en Coninagro y venía de la
Comisión Directiva de la SRA cuando llegó a la
subsecretaría impulsado por Martínez de Hoz.
El padre de la reina Máxima elogió en 1981 en la
revista Chacra la actuación de Arias al frente
del INTA, aunque siempre aseguró que no sabía lo
que sucedía en el organismo que estaba a su
cargo. Como la única denuncia que hasta ahora lo
alcanzaba era por la desaparición de Marta
Sierra, una de las trabajadoras, por un hecho
previo a su nombramiento formal, hasta ahora no
fue alcanzado por las imputaciones. En este
contexto, las víctimas le piden ahora a la
Justicia una relectura de su rol tomando en
cuenta todo lo ocurrido. El petitorio promueve
otras posibles imputaciones entre los
representantes de las entidades agropecuarias y
otros civiles colocados en puestos estratégicos.
Sin nombrarlos, lo advierte en párrafos como el
que sigue: “Las entidades patronales tuvieron un
rol protagónico en el entramado que derivó en la
desestabilización del gobierno constitucional,
en el endurecimiento del discurso que las acercó
a las pretensiones de represión de las Fuerzas
Armadas y, finalmente, en el acuerdo con éstas
de llevar adelante el golpe de Estado y la
eliminación de dirigentes gremiales, comisiones
internas y agentes y empleados que no
respondiesen al modelo de organismos que esas
entidades pretendían”, indica el escrito.
“De allí se deriva la necesidad de esas
entidades de acompañar la gestión de la
dictadura con algunos de sus hombres en cargos
de relevancia, que pudieran llevar adelante el
modelo que requerían y dejar a las Fuerzas
Armadas el camino libre para su política de
persecución y eliminación de opositores
políticos. Es por ello que entendemos que la
responsabilidad penal en estos casos debe
investigarse como un conjunto de características
comunes”, indica.
“Los secuestrados, torturados, muertos y
desaparecidos del INTA fueron víctimas del
accionar ilegal de las FF.AA., como un modo de
dejar el camino libre a las políticas que, desde
las entidades patronales del campo –que tenían
en sus manos la Secretaría de Agricultura y los
órganos que de ella dependían– se impulsaban.”
LA REPRESIÓN
Una de las áreas más afectadas del INTA a partir
del golpe fue el Centro Nacional de
Investigación Agropecuaria de Castelar, donde
funcionaban varios institutos de investigación.
De allí son los cuatro desaparecidos: Marta
Sierra, Carlos Alberto Costa Rodríguez, Gustavo
Rodolfo Giombini Moser y María José Rapela de
Mangone, que estaba embarazada. Con la
intervención, el predio fue ocupado
militarmente. Y con escenas que recuerdan a los
secuestros en la Ford, el despliegue de
tanquetas por las mil hectáreas del terreno se
hizo de la mano de traslados masivos de los
trabajadores a un comedor. Hubo interrogatorios,
personas vendadas y amenazadas de muerte.
Según la denuncia, a continuación decenas de
personas fueron detenidas en distintos lugares,
aunque sólo está reconocida la comisaría de
Hurlingham porque aún faltan datos y
testimonios. Otra de las áreas más afectadas fue
la Experimental de Pergamino, donde hubo 49
cesanteados y por lo menos seis detenciones
ilegales.
Según los testimonios, la depuración en el INTA
comenzó en 1974 con el asesinato por parte de la
Triple A del extensionista Carlos Llerena Rosas
y con el gobierno de Isabel Martínez de Perón
empezaron a circular las primeras listas negras.
La mayor parte de los cesanteados y perseguidos
pertenecían a ATE y a la Asociación Personal del
INTA (Apinta). Los archivos de la ex Dipba
(Dirección de Inteligencia de la Policía
Bonaerense) dan cuenta de la presencia de espías
en los puestos de trabajo.
La denuncia reconstruye en términos históricos
la actividad del instituto antes el golpe,
durante el gobierno de Héctor Cámpora, cuando el
INTA estuvo bajo la gestión del secretario de
Agricultura Horacio Giberti. Se describe la
política impulsada en esa época y el modo en el
que las nuevas líneas de desarrollo fueron
criticadas una y otra vez por la Sociedad Rural
Argentina, que pedía a gritos la intervención
militar desde las páginas del diario La Nación,
tanto a través de solicitadas como en los
propios editoriales publicados en ese diario. O
incluso en una reunión con Videla, cuyos
detalles escribieron en el libro Memorias y
Balances, 1976.
El 13 de octubre de 1975, por ejemplo, el diario
La Nación publicó un editorial titulado “La
situación en el INTA”. Allí se indicaba que el
organismo sufría una declinación de su potencial
y tenía problemas de presupuesto por la
incorporación de personal. “Pero aun esto tiene
trascendencia menor que la infiltración
ideológica ocurrida por conducto de los nuevos
nombramientos –decía–, entre los cuales se ha
denunciado reiteradamente la participación de
elementos subversivos de filiación marxista, que
no serían ajenos a la inspiración que tuvo el
proyecto de ley agraria, luego felizmente
desechado.”
Casi un año más tarde, el 29 de octubre de 1976,
ya ocurrido el golpe de Estado, otro editorial
festejó “La recuperación del INTA”: “En años
posteriores el organismo fue sumido en el caos,
minado principalmente por una infiltración
ideológica, que tuvo como objetivo desarticular
el agro”. Las “actuales autoridades”, aseguraba
La Nación, debieron llevar adelante la
racionalización de personal, que tuvo, entre
otros fines, el de recuperar “valores
espirituales necesarios para lograr la serenidad
creadora de los centros de estudio, de los
claustros, de los laboratorios”.
LA SRA EN EL INTA DE LA DICTADURA
Cecilia Gárgano es historiadora, investigadora
del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia
José Babini (Unsam) y becaria del Conicet.
Estudia lo ocurrido en el INTA durante la última
dictadura y, entre otros aspectos, los efectos
de la trasferencia de conocimiento y tecnología
hacia los sectores privados. Para ello analiza
lo que sucedió antes del golpe y compara con lo
que pasó después.
El secretario de Agricultura y Ganadería de la
etapa camporista, Horacio Giberti –señala
Gárgano–, impulsaba un conjunto de medidas como
el anteproyecto de la Ley Agraria y el Impuesto
a la Renta Normal Potencial de la Tierra para
combatir la existencia de grandes latifundios
improductivos. “Se buscaba que el INTA no
estuviera sólo dedicado a realizar cálculos de
costos y administración de haciendas rurales,
sino también a problemas estructurales como la
concentración de la tierra, la composición de la
estructura social agraria o el desbalanceo
regional”, indica.
A partir del golpe de 1976, esas políticas se
extinguieron. “El decreto 3369/76 suprimió la
autarquía financiera, cerraron los posgrados en
Economía agraria y Extensión rural,
interrumpieron investigaciones en genética y
ecología, y los estudios destinados a intervenir
en los grandes problemas económicos y sociales
del agro”, cuenta la historiadora.
–¿Cuál fue el rol específico de la SRA?
–La SRA tuvo desde sus comienzos un peso
importante en la institución, con voz y voto en
su consejo directivo, y siempre abogó para que
el INTA se limitara a las tareas “técnicas” y se
mantuviese al margen de las políticas. En los
años previos al golpe protagonizó con otras
entidades numerosos paros agrarios y un
enfrentamiento abierto a todas las iniciativas
del área agropecuaria, a las que calificaban en
los principales diarios como ataques a la
propiedad privada e “infiltraciones marxistas”,
pese a que no eran iniciativas radicales. La
Sociedad Rural también aportó integrantes de sus
filas como funcionarios del área de agricultura
durante la dictadura, momento en que las
principales medidas apuntaron a suprimir los
derechos de exportación, eliminar las
retenciones y las diferencias de cambio,
liberalizar el comercio exterior y otorgar una
reducción arancelaria a insumos clave
(insecticidas, herbicidas, fertilizantes). El
histórico desequilibrio entre la región pampeana
y el “resto del país” fue también profundizado
por las políticas de apertura económica.
–¿Cuáles fueron los beneficios del sector?
–Los productores más grandes y concentrados
que representa la entidad mantuvieron su rol
como interlocutores y destinatarios de las
tareas del INTA en este período, a diferencia de
lo que sucedió con los más pequeños y
descapitalizados. Esto en un marco donde
avanzaba una expansión agrícola centrada en la
Pampa Húmeda, cuya contracara fue una crisis
profunda y la expulsión de población del campo.
En cuanto a la introducción de mecanismos
represivos y a su instrumentación, los
representantes de la SRA compartieron con el
resto del consejo directivo la conformación de
un discurso que desplazó la figura del
“saneamiento” técnico y vegetal, tan común en la
práctica del organismo, al “saneamiento” y
“depuración” de la institución. Así, se hablaba
en las reuniones de Consejo de “sanear” el
organismo, en consonancia con la
“racionalización” dispuesta a nivel nacional.
“A MI MAMÁ ALGUIEN LA MARCÓ”
Guido Prividera, sociólogo e integrante de
la Comisión de Reparación Histórica del INTA, es
hijo de Marta Sierra, una investigadora del área
de Ecología del INTA Castelar que fue
secuestrada un día después de la intervención
del organismo; y explica la lógica de la nueva
causa abierta en la Justicia por lo ocurrido en
el Instituto. También marca la responsabilidad
de la Sociedad Rural.
Dice Guido que empezó a preguntarse qué pasó en
el INTA cuando escuchó las primeras denuncias
sobre la participación de civiles durante la
última dictadura. “Alguien hizo allí las listas,
alguien señaló a mi mamá para que la vinieran a
secuestrar, no fueron los militares”.
–¿Cómo empieza la investigación?
–Me acuerdo de que venía escuchando en una
radio una primera denuncia de la causa por la
Mercedes Benz y las implicaciones civiles. Con
mi hermano nos rebotaba en la cabeza una especie
de paralelismo. Nos preguntábamos: “¿Y en INTA
qué pasó?” Hicimos una primera denuncia con el
abogado de la causa Mercedes Benz en ese
momento. Allí aparece denunciado (Jorge)
Zorreguieta, (Mario) Cadenas Madariaga y la
cadena de mandos hasta (José Alfredo) Martínez
de Hoz, que eran los nombres que teníamos porque
los de los nueve milicos que entraron a mi casa
y se llevaron a mi mamá no los sabemos.
–¿Qué pasó con esa causa?
–Terminó como causa satélite de “Jefes de
Area”, de acuerdo con una lógica geográfica:
tomaron el lugar de la caída de ella, que fue la
subzona Capital Federal, y entonces se perdió el
hilito que ataba el motivo del secuestro al
INTA. Se borró quién había dado la orden.
–¿Qué pasó con ella?
–A mi mamá se la llevan el 30 de marzo de
1976 de mi casa, de madrugada. El 29 marzo la
habían ido a buscar al INTA Castelar, donde no
la encontraron porque me había tenido a mí y
estaba con licencia. Ahora, con la presentación
elegida en la nueva causa, la lógica es
distinta: estamos diciendo “Señores, acá el
núcleo común es el INTA”. Cuatro desaparecidos
en Castelar, un detenido en Pergamino,
asesinados por Paraná, no todos están
presentados, pero cesantearon a la quinta parte
del organismo y los secuestros y desapariciones
se aplicaron en todo el país. De algunos lados
no tenemos todavía ni siquiera registros.
Suponemos que algo pasó, pero no tenemos la
lista de los desaparecidos.
–¿Cómo era el trabajo de tu madre?
–Mi mamá aparece en el legajo como
administrativa porque todavía no tenía el título
de bióloga, pero en la práctica era una
investigadora más del equipo de Ecología. Ahí
estaba Jorge Morello, que es pionero en ecología
en la Argentina. De hecho, recibió este año el
premio Houssay a la trayectoria científica. La
línea era totalmente innovadora: frente a una
lógica más productivista, de medir qué te da más
soja, más maíz o más trigo, Ecología estudiaba
ecosistemas. Era un grupo de avanzada que ya en
1975 es desarmado: a algunos los echan, otros
sufren persecución y a mi mamá la derivan a la
guardería. En las cartas a las amigas, ella
dice: “Me parece que nos van a echar”. Lo que
terminó siendo el secuestro y desaparición, para
ella era que la echaban, porque eso había pasado
con el resto. Lo que efectivamente aparece atrás
es que desaparecen las líneas de investigación
que se desarrollaban. Y eso que aparece atrás en
realidad es lo primero.
–¿En qué sentido?
–Hay una frase de Giberti (subsecretario de
Agricultura en 1973) muy clara en un reportaje a
la televisión holandesa. El dijo que la Sociedad
Rural entendía que el secretario de Agricultura
tenía que ser el representante de ellos, de la
Sociedad Rural, ante el Estado, y no un
funcionario del Estado al servicio del bien
común. Creo que es muy ilustrativo sobre lo que
hacen con el INTA. Las líneas que destruyen son
las que van contra sus intereses. Todos estos
señores (de la SRA) viven en la zona del Gran
Buenos Aires, no necesitan un INTA con educación
popular o alfabetización. Fue barrida toda la
conexión con el territorio.
–¿Se puede pensar como bloque aquella “mesa
de enlace”?
–Me parece difícil pensarla como un bloque
en aquel momento. Hay ciertos sectores de FAA
que son perseguidos por la dictadura. La SRA es
la que pone a sus miembros como funcionarios del
INTA y de la Secretaría de Agricultura y la que
el 24 de marzo de 1977 saca una solicitada en
los diarios agradeciendo a las Fuerzas Armadas
por la tarea cumplida.
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Imagen: perfil.com
Publicado en Página/12 / Edición del 2 de enero
del 2013
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