Por Grupo Editor / 25 de Abril de 2013
JUEVES EN LA PLAZA
PASIONES Y VUELOS
Allí está el comienzo de esta historia: el 30 de
abril de 1977, 14 mujeres en una descarnada
búsqueda de sus hijos entonces desaparecidos,
reclamaron una audiencia con el dictador Jorge
Rafael Videla. Después vendrá la prohibición de
juntarse, el recuerdo de la vigencia del Estado
de Sitio, la orden de circular, y la marcha
alrededor de la pirámide de Mayo. Y vendrán
después los pañales alrededor del cuello, y
después los pañuelos blancos anudando sueños en
los hombros de estas mujeres devastadas, pero
batallantes y pasionarias. Será la pasión de
nuestras Madres, precisamente, las que
entrelacen, tejan y muestren la crítica más
racional al terrorismo de Estado instalado en
estos arrabales. Dolores individuales fundidos
en una creación colectiva. El hecho político más
importante que estas tierras parieran en la
segunda mitad del siglo veinte. Las Madres de
Plaza de Mayo nacían al terreno de lo público
para decir lo callado, para denunciar lo
silenciado, para enfrentar lo impune.

Fue en los comienzos de 1996 cuando Osvaldo
Soriano escribía su crónica "Parir en Plaza de
Mayo", que se convertiría en un prólogo
necesario a la hora de pensar la historia y las
ideas construidas a partir de la aparición de
las Madres y sus pañuelos.
El entrañable escritor y periodista hablaba allí
de la entrega indómita de las Madres en los
tiempos del terror sistemático: "el corajudo
crecimiento de un puñado de mujeres que, al
descubrir las atrocidades, se levantaron para
pedir que les devolvieran a sus hijos y nunca
aceptaron nada a cambio. Que dijeron la primera
palabra hasta que empezaron su ronda en la
Plaza, su gesto de resistencia dio la vuelta al
mundo, despertó conciencias, abrió los ojos de
los demócratas que todavía dudaban ante el
régimen militar y sus propagandistas".
Planteaba Soriano que las Madres, "mujeres
ejemplares, herederas de los jacobinos de la
Revolución de Mayo, han ido elaborando, por
sobre penas y angustias, más allá de la
represión y la indiferencia, un hilo conductor
entre los sueños de sus hijos y la ilusión
renovada de un futuro justiciero".
Y detallaba la incansable pelea cotidiana
librada en tiempos no menos difíciles, como la
infame década del 90: "en tiempos de cansancio e
indiferencia, en medio de cambios sociales
gigantescos en los que los pobres votan contra
sus propios intereses y los desocupados aparecen
como una raza prescindible que desordena
estadísticas, las Madres reclaman y predican una
sociedad diferente, con igualdad y justicia".
"Confían en que otra generación recibirá su
mensaje y retomará la lucha de sus hijos", decía
entonces Osvaldo Soriano.
En los días de sombras, pólvoras y muerte muchas
Madres de Rosario construyeron la esperanza:
Nelma Jalil, Esperanza Labrador, Irma Molina,
Élida López (entonces residente en Mar del
Plata), entre otras.
Nelma Jalil detallaba que "al principio acá
éramos solamente Esperanza Labrador y yo. Costó
mucho porque los familiares tenían miedo, por
los otros hijos y por muchas cosas. Primero
íbamos a la Catedral a rezar el rosario, y
después nos cruzábamos y dábamos la vuelta
alrededor de la pirámide". Nuestra querida Nelma
certificaba que a pesar del dolor y del miedo, o
justamente por ellos, "cerré los ojos y salí a
la lucha, no me importó nada. La necesidad de
búsqueda era más importante".
Y la voz de Esperanza nos alcanza con su mano
dulce de caricia y aliento: "con Nelma íbamos a
Buenos Aires todos los jueves. Ahí ya nos
ponemos el pañuelo y empezamos a venir acá.
Íbamos las dos solas con el pañuelo. Si faltaba
ella, iba yo sola. Faltaba yo e iba ella sola.
Hasta que nuestras compañeras se fueron
uniendo".
Y contagiando desde la memoria colectiva su
vitalidad incomparable, permanece el relato de
la soledad de aquellos días: "Íbamos a la plaza
y nos insultaban: 'Viejas locas'. Pues sí,
estábamos locas, locas de dolor. De dolor porque
nos han matado a nuestros hijos".
"Donde exista un hombre o una mujer o un niño
que se rebele contra la injusticia, el viento le
traerá el agitar de nuestros pañuelos para
acompañarlo en su lucha. Mientras la voz de un
joven se eleve contra los poderosos, allí
estarán las Madres: sembrando ideales y
entregando la vida", suelen repetir las Madres.
Han pasado 36 años de aquel primer encuentro, de
aquellos pasos previos a esta ronda que crece y
late, que convence, empuja y contagia.
36 años, y la pasión y la lucidez son las
mismas.
Y son los mismos los sueños abrazados.
Y es el mismo vuelo hacia ese futuro quemante y
postergado.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de
Alapalabra, Envar Cadús y
ddhhgrupojauretche.blogspot.com.ar
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