Por Osvaldo Bayer / 19 de Abril de 2013
ESQUEL: LA REBELDÍA Y LA ESPERANZA
OTRO TRIUNFO DE LA ÉTICA
Ejemplo de vida y de conducta, el periodista y
escritor Osvaldo Bayer -el mejor de todos
nosotros- relata en primera persona lo que ha
sido un triunfo colectivo. Como él mismo lo
afirma antes de comenzar con el relato, "no es
un triunfo mío, sino del pueblo de Esquel, esa
bella ciudad chubutense a orillas de los Andes,
ciudad que amo y seguiré amando para siempre".
Una de esas historias que deberemos repetir
hasta que quede claro que es posible un oficio
puesto al servicio de la verdad, de la justicia,
de la humanidad. Un oficio, éste de periodistas,
que debe ser ejercido, siempre, desde la
rebeldía. Y lejos de las sombras del poder.

El episodio ocurrió hace nada menos que 55 años.
1958, Esquel. En ese año me había propuesto ir a
vivir a la Patagonia. Quería que mis cuatro
pequeños hijos gozaran de la naturaleza y
pudieran pasar una infancia plena de cielos
abiertos, rodeados de árboles y verdes, montañas
y estrellas brillantes. Me ofrecieron trabajar
como director del diario Esquel y acepté. Gran
alegría fue entrar en la nueva casa y percibir
los largos silencios, el canto de los pájaros y
esas lunas y estrellas para tocarlas con las
manos.
Pero vino la otra realidad. La forma en que eran
explotados los trabajadores de la tierra y los
pueblos originarios. Y comencé a buscar la
verdad y la justicia desde las páginas del
diario que yo dirigía. Para mi sorpresa, comencé
a escuchar las reconvenciones del dueño del
periódico, que me exigía que siguiera la línea
conservadora que el diario siempre había tenido.
A los pocos meses, la situación se puso cada vez
más difícil. Los dueños del pueblo y de la
tierra me vieron como a un enemigo. Lo único que
me proponía era denunciar las injusticias que se
sufrían allí, en ese verdadero paraíso, que los
seres humanos humillaban, ensuciando con su
conducta ese cielo y ese paisaje. De pronto
sucedió un hecho que prendió la chispa. Había
llegado desde Buenos Aires un joven que amaba la
naturaleza y había conseguido algunas hectáreas
de tierras fiscales, con la intención de plantar
nogales. Y lo hizo: plantó dos mil nogales. Un
árbol noble de toda nobleza. Su madera y sus
frutos. Toda generosidad. Arboles que necesitan
más de una década para crecer y dar sus frutos.
De manera que el joven no venía a hacer
ganancias, sino a fundar algo nuevo: bosques de
nogales en esa zona. Luego de larga espera, sí:
gozar de esa plantación. Pero los poderosos
vieron esto nuevo con malos ojos. De pronto,
irrumpir en una zona donde sólo se criaban
ovejas en grandes latifundios. Iba a venir
primero la curiosidad y luego la imitación. Y
eso a tales conservadores egoístas no les
gustaba en absoluto. Así que una noche le
pasaron el arado a los plantíos de nogales y
destruyeron toda la obra de ese joven
emprendedor.
Cuando me enteré, dediqué casi todo el diario en
denunciar, con indignación pero con claridad, un
suceso así, tan avieso. Era enfrentar una vez
más –la definitiva– a los del poder omnímodo. El
propietario del periódico me expulsó de la
empresa y me hizo una terrible falsa acusación.
Me acusó ante la Justicia de doble tentativa de
homicidio con dos testigos falsos. Un canillita
del diario y su propia empleada doméstica.
Dijeron ante la Justicia que me habían visto
pasar con armas por la casa del acusador y que
les había preguntado a ellos dónde estaba él, el
propietario del diario.
Me llevaron preso a la comisaría de Esquel –que
todavía está en el mismo edificio– y me pusieron
en el calabozo. Pero no me fue tan mal. Resultó
que el comisario –un hijo de emigrados galeses,
esos que poblaron parte de Chubut– me hizo
comparecer ante él y me preguntó de pronto si yo
sabía jugar al ajedrez. Le dije que sí, la
verdad. Entones me expresó: “Aquí, en el pueblo,
nadie sabe jugar al ajedrez, lo que más me gusta
en la vida. Lo voy a sacar del calabozo y puede
dormir después en el sofá de mi despacho”.
Acepté, por supuesto, para no morirme de frío en
el calabozo. Y, por supuesto, me dejé ganar
todas las partidas porque, si no, temía que me
mandara a dormir al calabozo.
Realidades de pago chico, como se decía antes.
Mi abogado –en tanto– confirmó contradicciones
de los llamados testigos y logró que se me diera
la libertad. Entonces procedí a fundar el
periódico La Chispa, al cual titulé nada menos
que "Primer periódico independiente de la
Patagonia". Y procedí a dejar en claro todas las
injusticias de esa sociedad. Aquí fui ayudado
por un grupito de jóvenes esquelenses que me
dieron todo su apoyo. Nombro a uno de ellos:
Juan Carlos Chayep, quien dio hasta dinero de su
bolsillo para que el periódico pudiera ver la
luz. Pudimos publicar doce números.
Y entonces ocurrió lo increíble en un país, en
ese momento, en democracia. Vinieron a mi casa
dos oficiales de Gendarmería a comunicarme que
el comandante de la región me daba 24 horas para
dejar Esquel porque, si no, sería detenido "por
crear inseguridad en la población de esta región
fronteriza". No me quedó otra salida que dejar
la ciudad, pensando en mi familia y en las
posibles consecuencias. Con mucho dolor abandoné
ese lugar paradisíaco, pero poblado por seres
así llamados humanos.
Y ahora, el triunfo final de la ética.
Fui invitado por los maestros esquelenses a una
serie de homenajes que se querían llevar a cabo
para mi persona. Acepté. Fue como tocar el cielo
con las manos. Vi triunfar nuevamente a la Ética
en la Historia. El Concejo Deliberante, con el
voto y la presencia de todos los concejales
pertenecientes a distintos sectores políticos,
me entregó el título de "Ciudadano Ilustre de
Esquel". Es decir: de expulsado por la
Gendarmería más de medio siglo antes a
"Ciudadano Ilustre". No lo podía creer.
Y luego, la ceremonia de la inauguración del
Museo Histórico de Esquel, donde figura mi
querido periódico La Chispa, su historia y sus
ejemplares. De prohibido antes a ese lugar de la
memoria ahora donde concurren todos los
colegios, los vecinos interesados en el pasado
de esa región y los turistas. Luego di una
conferencia histórica sobre la Patagonia en el
Colegio Normal, convocado por los docentes, ante
una concurrencia de centenares de personas. En
las tres oportunidades dije que el homenaje lo
dedicaba a mis queridos amigos Rodolfo Walsh,
Haroldo Conti y Paco Urondo, desaparecidos por
la brutal dictadura militar, que no pudieron ver
en vida esa clase de homenajes a sus vidas y sus
obras.
La experiencia de Esquel queda como un telón de
fondo sobre mi vida. Después, mis experiencias
continuarán con el exilio durante la dictadura y
el regreso después de ocho años en otra tierra.
Ver el triunfo de la verdad y de la ética frente
al ansia de poder y de riqueza de los que
mandan.
A los 86 años pienso, mientras doy el
acostumbrado paseo por mi querida placita
Alberti de mi barrio de Belgrano, que debemos
continuar la lucha para ver un triunfo final de
la ética en la Historia.
Y veo que la lucha continúa con la reciente
aparición de libro de Marcelo Valko,
Desmonumentar a Roca, donde se detalla nuestra
lucha para terminar con el mito del "héroe del
desierto", nada más que un despreciable genocida
de los pueblos originarios.
Otra posición de nuestra vida en busca final de
la verdad y la igualdad para todos.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre foto de
biblioteca.fadu.uba.ar
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