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Por Pablo Álvarez / 28 de Diciembre de 2012
DE LA CASITA ROBADA A LA CASA DE LA MEMORIA
NUESTRA CASA DE ANA FRANK

Hace 18 años se producía uno de los hechos colectivos más importantes que registra la historia de nuestra ciudad. Un triunfo de la lucha popular que había ganado las calles en medio del silencio y la oscuridad imperante. Tras 17 años de ocupación ilegal, la Gendarmería debió abandonar la casa de Santiago 2815, que había sido usurpada al matrimonio de ciegos María Ester Ravelo y Etelvino Vega el 17 de setiembre de 1977, en un operativo de las fuerzas conjuntas de la dictadura militar y cedida por el Comando del II Cuerpo de Ejército al Centro de Suboficiales y Gendarmes Retirados y Pensionados en noviembre de 1978. Compartimos las palabras que Alejandra Leoncio de Ravelo nos dijo en aquella mañana de diciembre del 94, y el discurso de Osvaldo Bayer, al inaugurarse la Casa de la Memoria.


Audio: Alejandra Leoncio de Ravelo - Madre de Plaza de Mayo Santa Fe



Era la mañana de un 29 de diciembre de 1994 en medio del laberinto de los Tribunales Provinciales de Rosario cuando vimos salir a la Negrita, Alejandra Leoncio de Ravelo, Madre de Plaza de Mayo de la ciudad de Santa Fe, quien tras 17 años de usurpación por parte de Gendarmería Nacional recuperaba la casa de la calle Santiago 2815.
En ese mismo lugar, el 17 de setiembre de 1977, había sido secuestrada su hija, María Esther Ravelo, 23 años, ciega, junto a Etelvino Vega, su marido, 33 años, ciego, y el hijo de ambos, Iván Alejandro Vega de 3 años, en un tremendo operativo de las llamadas fuerzas conjuntas, que con armamentos y pertrechos militares irrumpieron en medio de la noche, al mando del comandante de gendarmería que estaba al frente de la policía rosarina, Agustín Feced.

17 de setiembre de 1977, el día de la vergüenza argentina, así dijo el escritor Osvaldo Bayer quien a través de su denuncia, titulada "La mirada de los ciegos" y publicada en Página/12 el 5 de diciembre de 1992, daba a conocer la historia silenciada durante años y que, sin embargo, los vecinos de la casa de Santiago 2815 pudieron registrar y contar en detalle. A partir de entonces la pelea se libró en la justicia y en las calles.
Apenas asomaba la década del 90 con su prepotencia y sus decretos de indulto, con el olvido que llegaba para quedarse, pero allí estuvimos, era la mañana de aquel 29 de diciembre de 1994 cuando la negrita Alejandra Leoncio de Ravelo salía de los Tribunales Provinciales acompañada de su abogado, Norberto Olivares, y el periodista Carlos Del Frade. Traía en sus manos las llaves de la casa que había sido usurpada por 17 años, y la emoción a flor de piel.

Reproducimos a continuación el memorable discurso de Osvaldo Bayer unos días después, el 23 de Marzo de 1995, cuando en Santiago 2815 se inauguraba la Casa de la Memoria.

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ENTRAR AL PARAÍSO / Por Osvaldo Bayer

Es como llegar al paraíso.
Partimos de la abyección, de los más bajos sentimientos del hombre, de lo inimaginable en perversión, de lo cobarde, del abuso total del poder, de la gota que deshace la rosa o que destroza la mano de un niño. De la petulancia más deleznable del uniformado.

17 de setiembre de 1977, el día de la vergüenza argentina.
Ningún hecho más definitorio del gobierno de los generales.
La definición de lo cobarde por excelencia.
17 de setiembre de 1977, Rosario, calle Santiago 2815, la única batalla ganada por el general borracho, Leopoldo Fortunato Galtieri, un bochornoso remedo mussoliniano de torpeza y brutalidad.

¿Crearemos alguna vez la orden de Santiago 2815, y la entregaremos como condecoración a los nuncios apostólicos Pío Laghi y Ubaldo Calabresi, para que se la cuelguen al cuello al héroe de la calle Santiago, teniente general Leopoldo Galtieri?

El 17 de setiembre de 1977 se consumó la hazaña más grande de este siglo del ejército nacional. Rosario fue testigo. Las fuerzas conjuntas lograron la captura de tres enemigos de la patria occidental y cristiana, Emilio Etelvino Vega, de 33 años, ciego, María Esther Ravelo, de 23 años, ciega, Iván Alejandro Vega de 3 años, y el perro lazarillo del matrimonio.
Una vez capturados, intervendría un famoso cuadro de la gendarmería nacional argentina, el comandante Agustín Feced, hombre probado en mil batallas con su picana eléctrica. Su fama atravesó todas las latitudes y alguna vez algún alma piadosa, inspirada en los principios cristianos de monseñor Bolatti, pondrá en su tumba como homenaje a quien tanto hizo para que se impusiera en el país el plan económico de Martínez de Hoz, una picana de oro.
A este Feced, el bravo gendarme, se le murieron los dos ciegos en la tortura, un episodio bastante común en la vida de este servidor de la Patria. Pero sus sacrificios no fueron en vano, porque vendría el resarcimiento por tantos servicios prestados a la bandera nacional, el derecho a las pertenencias de los ciegos y de su hijito. Todo se llevaron en camiones del ejército. Todo, hasta los enchufes. Hasta el triciclo del pequeño Iván.

En cualquier país civilizado, eso es llamado por su nombre, saqueo, rapacidad, latrocinio, pillaje, depredación, atraco, expoliación. En el país argentino de los tiempos de Videla eso era la normalidad. Tan normal que hoy ocupan altos cargos políticos hombres acusados de revendedores como el Chiche Aráoz, por ejemplo, y qué decir del ministro Camillón, funcionario del sórdido Viola, a quien no se le puede haber escapado el método de sus fuerzas armadas, siendo él, como es calificado, el hombre más informado de la política argentina.

Pero todavía no hemos terminado con esta historia de la vileza y de la infamia. Recurrimos a la ironía y la causticidad para describirla porque es la única manera de no claudicar de pura indignación ante tanta ruindad. Vendría, para el hartazgo, la ocupación de la casa de los ciegos por Gendarmería Nacional, hasta hace muy poco. Fue la burla máxima contra nuestras instituciones, contra la democracia.
Todos esos gendarmes que entraron en esta casa y sabían su origen, han quedado machados de por vida en el pecado original de la inmoralidad y la corrupción. Hasta trajeron a sus familias aquí, si, hasta sus mujeres y sus niños a divertirse.

¿Hay a acaso un ejemplo igual en la historia del mundo?
Ni Nerón ni Caracada, ni en el atroz fundamentalismo de la Inquisición, porque aquí se junta la crueldad con la concusión, la sevicia con la avidez. Todos ellos, desde Videla hasta el último suboficial represor deberán soportar por siempre la mirada de nuestros ciegos, nuestros queridos Emilio y María Esther.

Recuerdo bien ese mediodía caluroso en mi ciudad natal de Santa Fe, cuando me vinieron a ver nuestras queridas Madres de Plaza de Mayo. Entre ellas estaba la abuela, la Negrita, con mucha timidez pidió hablar conmigo y me fue dando uno a uno los detalles de la tragedia. Indignación, impotencia y profundo dolor me fueron invadiendo. Pensé en ese momento en los políticos que habían votado obediencia debida y punto final, pensé en Alfonsín y todos sus ministros y partidarios, pensé en el indultador Menem y todos sus ministros y partidarios. Me sentí sucio en una sociedad sucia. Egoísta, que no merecía tener niños ni pájaros ni cielos azules.

Fue así que escribí mi denuncia que titulé "La Mirada de los Ciegos". Salió en contratapa de Página/12, el 5 de diciembre de 1992. De inmediato tomó en sus manos la denuncia Rosario/12 y su periodista Carlos del Frade fue destapando toda la suciedad visitando a gendarmes y militares que solo eran capaces de responder con el consabido no se, no me consta o remítase a los superiores. Respuestas cobardes, inmorales que reducen a la insignificancia a sus autores.
El tema fue extendiéndose, ya era difícil de parar. Fue Ricardo Molinas el primero en poner la cara y lo siguieron los concejales rosarinos Luis Cuello y Silvia Fernández León. Mientras las bancadas radicales y justicialistas se callaban la boca. El senador nacional Losada, del radicalismo, hizo viajar a la abuela Ravelo desde Santa Fe. Fui a acompañarla con las Madres de Plaza de Mayo y nuestros abogados, pero el senador no apareció. Nos atendió un amanuense que ponía cara de sorprendido ante a todo lo que decíamos. Recibimos la respuesta habitual de "el senador se va a ocupar" y por consiguiente se borró por el tiempo de los tiempos.

Después fue aquel gran encuentro frente a la casa robada del 25 de marzo de 1993. Nosotros viajamos con las Madres y allí estaban ya los organismos de derechos humanos de Rosario, el inquebrantable Carlos del Frade, amigos, vecinos, periodistas. Nunca olvidaré el discurso de Hebe y la cobardía de los gendarmes, de los cuales no se asomó ninguno.
Mi imagen no es injusta ni se inspira en la ética del sermón de la montaña: se escondieron como las ratas. En el frente de esta casa quedó inscripta la indignación de la juventud. Y después prosiguió la labor ininterrumpida de los abogados, de nuestros abogados, de los cuales voy a mencionar solamente, para no nombrarlos a todos, ellos saben muy bien quienes son, a esta hermosa persona que es el Doctor Norberto Olivares, de nuestros abogados, esos seres sabios, silenciosos y sacrificados. Para ellos toda mi admiración y agradecimiento. Y mi recuerdo emocionado a todos aquellos abogados que fueron asesinados por sus principios éticos en la defensa de los derechos humanos.

A raíz de esto escribí una segunda contratapa en Página 12 que titulé "Nuestra casa de Ana Frank", donde predecía que esta casa se convertiría en los tiempos maduros de la decencia en lugar de visita de niños, adolescentes y jóvenes de nuestras escuelas, colegios y universidades, para revivir con unción el destino de Emilio y María Esther y de Iván, aquel pequeño Iván, hoy ya hombre, testimonio vivo de la memoria, el amor y la constante acusación contra los asesinos de uniformes y sus secuaces civiles. En aquella nota elaboré el deseo de que esta casa fuera el monumento constante que recuerde a los miles de jóvenes víctimas de la impiedad, tal cual lo es en Ámsterdam la casa de la niña que significa permanente vida ante el crimen y la discriminación, Ana Frank, la expresión de la inocencia y la alegría de vivir.

Para mí, decía, hoy es como entrar al paraíso.
No deseo otro paraíso que este, el de la verdad, el de la justicia, el de la eterna lucha por los valores éticos.
Esta casa es un templo, mucho más que las iglesias que fueron manchadas al darles los sacramentos a los asesinos.
Un templo de la convivencia, un templo de la dignidad.
Gracias Emilio Etelvino Vega. Gracias María Esther.
Gracias a ustedes.

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Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos Indymedia Rosario y Sin Mordaza










 

 

 

 

 
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