Por Pablo Álvarez / 13 de Diciembre de 2012
FUTBOL, POLÍTICA Y DERECHOS HUMANOS
LA OTRA FINAL
Hay una historia conocida: la del Campeonato
Mundial de Fútbol realizado en la Argentina en
junio de 1978. En un país manchado con sangre de
su gente, los gritos de los torturados fueron
sepultados por el abrazo de gol; las demandas de
justicia por el pitazo final y el festejo en las
calles. Sin embargo, nuestras Madres
consiguieron, a fuerza de voluntad y valentía,
gambetear los silencios impuestos, y buscar
justo ahí, en el fondo de la red, un espacio
para la verdad.

Ya sobre el filo del Campeonato Mundial de
Fútbol, se hacía necesario ir calentando el
clima para generar la idea de una fiesta de
todos. La muerte, que suele ser jugadora de toda
la cancha preparaba su dominio sobre las
conciencias y se hacía dueña del terreno.
Fue así que en noviembre del 1977 Monseñor
Antonio Plaza, Arzobispo de La Plata, preparó
una gran jornada festiva que llamó "La Noche
Heroica".
La fiesta religiosa consistía en preparar el
escenario y demostrar al mundo que Argentina era
un país rebozante de júbilo, que esperaba el
Mundial 78´para recibir al mundo con sus puertas
abiertas.
Y fueron llegando en procesión los estudiantes
de las diferentes escuelas católicas,
convergiendo desde todas las diagonales rumbo a
la Plaza Moreno.
Los cánticos ocupaban las calles de La Plata. La
alegría a flor de piel y fresca juventud.
Pero sucedió que en medio de los estudiantes del
Colegio Marista comenzaron a brotar los blancos
pañuelos, cada vez eran más...
-¿De dónde salieron estas mujeres, que nadie
invitó?
La policía se apresuró a rodearlas, intentando
aislarlas del grupo, pero ellas comenzaron a
rezar y nadie se atrevió a detenerlas frente al
gentío.
A puro rezo, entre, Ave Marías, Padrenuestros y
rosarios, las Madres fueron llegando hacia la
Catedral y nadie pudo detenerlas.
Para las 12 de la noche estaba prevista la
vigilia, con empanadas y guitarreada en la Plaza
Moreno hasta que amanezca. Era la Noche heroica
de La Plata.
Hasta que los jóvenes quisieron entrar a la
Catedral, para saber quienes son esas mujeres de
pañuelos blancos. De a poco fueron entrando y
fueron oyendo sus historias.
Cuando se acercaba la hora un grupo de
estudiantes abordó a Monseñor Plaza y le dijo:
-Nosotros no vamos a guitarrear, ni vamos a
comer empanadas ni vamos a cantar. Mientras hay
tanto dolor dentro de la Catedral no podemos
festejar nada aquí afuera...
Cada uno de los estudiantes, de a poco, se fue
yendo a su casa, hasta que no quedó nadie.
Solo las Madres, toda la noche en la Catedral.
Cuentan que los Generales Ibérico Saint Jean y
Bautista Sasiaín llamaron a Monseñor Plaza para
pedir explicaciones: ¿Cómo pudieron estas
mujeres arruinarnos la fiesta que tanto nos
costó preparar?
Esta es una de las historias que anteceden al
Mundial 78, la gran fiesta del encubrimiento,
armada por el terror estatal, que permitió como
contrapartida que se conozca en el mundo la
lucha de las Madres de Plaza de Mayo.
30 años después, en el 2008, el Instituto
Espacio para la Memoria organizó lo que durante
mucho tiempo se hacía imposible: juntar en una
convocatoria a los jugadores que abrazaron la
gloria del campeonato del mundo en 1978 con los
Organismos de Derechos Humanos que nunca dejaron
de luchar por juicio y castigo a los culpables.
Allí estuvieron Leopoldo Jacinto Luque, Ricardo
Villa y René Houseman, entremezclados con las
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y con el
Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel,
unidos en un homenaje a los desaparecidos y
condenando a la dictadura.
Las Madres marcharon desde el predio donde
funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)
hacia el estadio de River Plate, para presenciar
La Otra Final, partido por la memoria y los
Derechos Humanos, a treinta años de la final
disputada por Argentina y Holanda.
Esta vez no estuvieron los genocidas en el
Estadio, donde la memoria jugó su propio partido
y defender una camiseta no significó poca cosa.
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Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de
Alapalabra
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