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Por Carlos del Frade / 13 de Diciembre de 2012
MARGARITA BELÉN, 36 AÑOS DESPUÉS.
LA DIGNIDAD NO SE RINDE

El fusilamiento y la desaparición de por lo menos veintidós militantes revolucionarios de los años setenta en cercanías de la localidad chaqueña de Margarita Belén sirvió para “consolidar el poder mafioso del entonces coronel Cristino Nicolaides, piedra basal del contrabando y narcotráfico en la región del litoral”, expresó una de las sobrevivientes del brutal centro clandestino que funcionaba en la Brigada de Investigaciones de Resistencia, enfrente de la plaza 25 de Mayo, en el año 2005, cuando tuvimos la suerte de estar allí.



En esos días, decenas de militantes sociales y políticos protagonizaron dos jornadas de memoria activa que sirvieron para dejar de lado el contrato con una empresa de vigilancia privada, conducida por un torturador que se encargaba de custodiar el sombrío edificio de la citada brigada; producir un escrache a un médico policial que sigue ganando dinero a partir de la sangre derramada; activar las causas sobre la matanza de Margarita Belén y presentar denuncias contra los actores del terrorismo de estado en Goya, ante la justicia federal de la capital correntina.

Hoy, a 36 años de los hechos de Margarita Belén, comienzan a aparecer las razones de una cacería humana que explica gran parte del presente que soportan las mayorías de las seis provincias sobre las cuales se imponía la fuerza del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, con asiento en la ciudad de Rosario, en tiempos de Leopoldo Fortunato Galtieri.
A casi nueve meses del golpe, los presos políticos de la Brigada de Investigaciones de Resistencia ya sabían que no había traslados los fines de semana. Sin embargo, a media tarde del domingo 12 de diciembre de 1976, integrantes de distintas fuerzas de seguridad y del ejército, ingresaron para llevarse –por lo menos- dos decenas de compañeros desde los distintos pabellones.
También trajeron militantes de otros lugares. A todos los tuvieron, durante largas y dramáticas horas, sometidos a sesiones de implacables palizas cuyos golpes eran más fuertes que los habituales, recuerdan los sobrevivientes.

Cuando llegaron las primeras sombras de la madrugada del lunes 13, se impuso un silencio de muerte. Partieron los camiones del ejército y llegaron hasta un paraje cercano a Margarita Belén, a menos de cuarenta kilómetros de Resistencia.
Varios de los militantes llegaron muertos, dicen sus compañeros, producto de las palizas demenciales de aquella tarde noche.
Patricio Tierno, Néstor Salas, Carlos Zamudio, Luis Barco, Roberto Yedro, Delicia González, Luis Díaz, Fernando Piérola, Carlos Cairé, Julio Pereyra, Carlos Duarte, Carlos Tereschuk, Manuel Parodi Ocampo, Luis Fransen, Ema Cabral, Reinaldo Zapata Soñez y Mario Cuevas, son los nombres de los veintidós fusilados que todos los años se recuerdan en Margarita Belén.

Pero sus nombres esconden historias comprometidas con la urgencia de la revolución que por aquel entonces conmovía la existencia de miles de argentinos.
Ellos venían de diferentes lugares del país, especialmente de la región del litoral y aunque los diarios de estos días se empeñan en relacionarlos con el intento de copamiento del cuartel del Regimiento de Formosa, realizado por Montoneros en octubre de 1975, no hay datos que confirmen la teoría.
Entre los veintidós había militantes vinculados a hechos anteriores, como la muerte del general Cáceres Moiné, en Entre Ríos; dirigentes activos de las Ligas Agrarias; y activistas de la zona del impenetrable chaqueño.

La matanza tuvo otros intereses y motivos. No parece ser una venganza por los hechos del pasado, sino una señal para aquel presente y el entonces futuro inmediato. Un mensaje doble, hacia el interior de las fuerzas armadas y hacia la sociedad en su conjunto.
La masacre tuvo como protagonistas a jóvenes oficiales del Ejército Argentino bajo las órdenes del entonces coronel Nicolaides. Todos, sin embargo, reportaban a las decisiones de Leopoldo Galtieri, por entonces jefe del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, patrón de la vida en las provincias de Formosa, Chaco, Santa Fe, Misiones, Corrientes y Entre Ríos.

Para una de las sobrevivientes de la Brigada de Investigaciones, Mirta Clara, “la masacre de Margaria Belén sirvió para consolidar el poder mafioso de Nicolaides, piedra basal del contrabando y narcotráfico en la región del litoral”.
La militante expresó su convencimiento sobre “el carácter de pacto de sangre que quedó instituido a partir de entonces. Era el bautismo para todos los que después se quedaron con las riquezas que eran del pueblo de la región”.
Mirta sostiene que “Nicolaides marcó la cancha con aquel hecho y sirvió para hacerse fuerte en la interna del poder militar y también envió una fuerte señal a los que seguían en la resistencia”.

Los recuerdos de la vida, tal como se llamaba la exhibición de paneles con las fotografías de los revolucionarios masacrados en Margarita Belén en 2005, daban la prueba clara del origen de la decisión de transformar la realidad que tuvo la generación de los años setenta.
Mujeres y hombres no mayores de veinticinco años que se jugaron la vida para no naturalizar las humillaciones que sufría el pueblo del noreste argentino.
Chicos esclavos en las grandes haciendas correntinas, mensúes misioneros condenados a sangrar sus manos durante años y curarse sin asistencia médica enfermedades como el paludismo, recolectores del algodón, la caña de azúcar, el tabaco y el té que jamás tenían para comprar ropa o mandar a sus chicos a las escuelas en el Chaco, trabajadores silenciados en Entre Ríos, Formosa y Santa Fe; fueron las postales existenciales que generaron indignación, rebeldía y militancia.

A casi cuatro décadas de los hechos, las consecuencias de la masacre de Margarita Belén, en particular, y del terrorismo de estado, en general, están presentes en las urgencias que devastan la niñez y la adolescencia de miles.
De allí la necesidad de entender el por qué de tanta entrega a favor de un país distinto y diferenciar con claridad a los asesinos que se comportaron como una banda de mafiosos que luego se enriqueció a partir de la desarticulación del estado y la conciencia política de la población.

Sin embargo, los avances que se logran en la justicia es, en realidad, consecuencia de aquella dignidad que primero se establece en lo político y después llega a los tribunales.
Por eso estamos acá, para dar testimonio del avance de la dignidad a través de la memoria de los sueños colectivos inconclusos en busca de justicia y contra las pesadillas impuestas desde entonces.

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Imagen: Alapalabra



 

 

 

 

 
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