Por Sonia Tessa / 28 de Septiembre de 2012
SABRINA GULLINO: CRÓNICA DE UNA BÚSQUEDA
PARA ENCONTRAR AL HERMANO ARREBATADO
El libro "Reencuentro. Crónica de la
restitución de una identidad", del periodista de
Paraná Alfredo Hoffman, cuenta la historia de
Sabrina Gullino, la hija de Raquel Negro y Tucho
Valenzuela, que recuperó su identidad en 2008 y
busca a su mellizo. Organizada por Abuelas de
Plaza de Mayo e HIJOS Rosario, la presentación
se realizó el jueves 20 de septiembre, en la
facultad de Humanidades de la Universidad
Nacional de Rosario ante un salón de actos
colmado. La actividad contó con un panel
integrado por el autor del libro, Alfredo
Hoffman, Sabrina Gullino Valenzuela Negro; el
subsecretario de Derechos Humanos de Entre Ríos,
Julián Froidevaux; el abogado de Abuelas e
HIJOS, Álvaro Baella y el también nieto
recuperado Manuel Gonçalvez Granada. Allí
estuvieron también nuestras Madres.

Sabrina Gullino supo el sábado 20 de diciembre
de 2008, a las 8.30 de la mañana, que era la
hija de Raquel Negro y Tulio "Tucho" Valenzuela,
militantes montoneros desaparecidos, que
estuvieron secuestrados en la Quinta de Funes.
En esos convulsionados días en que su vida se
dio vuelta como una media, supo también que
tiene un hermano mellizo, que ahora está
empeñada en encontrar, y otro hermano, Sebastián
Alvarez, que la había buscado durante años, en
una construcción colectiva que permitió la
restitución de su identidad, de la que
participaron Abuelas de Plaza de Mayo, la
agrupación Hijos y otros organismos de Derechos
Humanos.
Meses después, Sabrina supo que tiene otro
hermano, Matías Espinoza, hijo de Tucho con una
pareja anterior. Cuando supo cuál era su origen,
Sabrina tenía 30 años. En los días de espera por
el resultado del ADN, leyó Recuerdos de la
muerte y Diario de un clandestino, de Miguel
Bonasso. Desde entonces, ella milita en Hijos y
está estrechamente vinculada a Abuelas en
Rosario. El 6 de julio de este año, tras las
condenas en el juicio por el plan sistemático de
robo de bebés en Buenos Aires, Sabrina escribió
en su muro de la red social facebook: "Melliiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!".
Sus amigas le preguntaron si había novedades y
ella les pidió que la ayudaran a buscarlo. En
algún lugar del mundo está su hermano, también
arrancado del abrazo de su mamá al nacer.
El libro Reencuentro, escrito por Alfredo
Hoffman, periodista de Paraná, es "la crónica de
la restitución de una identidad", como dice su
subtítulo, pero también parte de la estrategia
de la familia para encontrar al "melli", el hijo
varón que Raquel Negro dio a luz estando
secuestrada, en los primeros días de marzo de
1978, en el hospital Militar de Paraná. Gracias
al juicio que se realizó en Paraná el año
pasado, en el que se condenó a los represores
rosarinos Walter Pagano, Juan Daniel Amelong y
Pascual Guerrieri, entre otros responsables de
la sustracción de identidad de Sabrina, se supo
con certeza que el bebé nació con vida y que fue
dado de alta del IPP, Instituto de Pediatría
Privada de Paraná cuyo director sigue siendo el
mismo, Miguel Torrealday.
En su libro, que se lee con fervor, Hoffman
combina exhaustivos detalles de la causa
Hospital Militar de Paraná con la de la familia
integrada por Tucho -el dirigente montonero que
desbarató la Operación México-; Raquel -su
compañera, que estuvo de acuerdo en ofrendar su
vida para resguardar a la organización en la que
militaba- y Sebastián, el hijo de Raquel con su
pareja anterior, el militante también
desaparecido Marcelino Alvarez.
LA FAMILIA
Tucho, Raquel y Sebastián fueron
secuestrados el 2 de enero de 1978, en la puerta
de la tienda Los Gallegos, de Mar del Plata. Los
trasladaron a la Quinta de Funes y, fingiendo
colaborar con los planes del entonces jefe del
Segundo Cuerpo de Ejército, Leopoldo Galtieri;
Raquel y Tucho lograron que llevaran al niño de
un año y medio a la casa de sus abuelos
maternos, en Santa Fe. Después de fugarse en
México para desbaratar la operación ideada para
asesinar a los máximos dirigentes montoneros,
Tucho le escribió una carta al hijo de su
compañera, al que consideraba también suyo. "Yo
estoy destrozado personalmente. Ya he perdido a
tu madre, a quien quería como nunca quise a
nadie, y no sé nada de vos, que eras nuestro
sol. Como te dije, no sé si volveré a verte",
transcribe Alfredo Hoffman en el capítulo 9,
cuyo final arranca lágrimas. "Recién entonces le
reveló a Sebastián lo que muchos años después
sería el eje de su vida: 'Ibas a tener un
hermanito, no pierdo la esperanza de que nazca y
vaya a vivir contigo'", cuenta el libro.
Eso no ocurrió. Raquel Negro fue trasladada,
cautiva, al hospital Militar de Paraná. A punto
de parir, estaba sola, en una habitación. "Con
esa escena se encontró la enfermera de
maternidad N.K.B., cuando el jefe de Sala I,
Hugo José Gutiérrez, la envió para que
higienizara a la muchacha, con la expresa
prohibición de dialogar con ella. Pero Raquel,
por primera vez desde aquel día de enero en que
todo cambió, se sintió cuidada: esa mujer que la
trataba con delicadeza y amabilidad le inspiró
confianza y se decidió a hablar", dice el texto
escrito a partir de la declaración de la
enfermera tanto en la etapa de instrucción en la
causa, como en el juicio oral de 2011. "Le contó
que venía detenida desde cerca de Rosario,
porque su marido era subversivo, que tenía un
hijito mayor que había quedado con la abuela, y
que no sabía qué haría con los mellizos que
estaban por nacer", completa el texto. A Raquel
Negro la mataron inmediatamente después del
parto. Del mellizo varón, sólo se sabe que fue
trasladado al Instituto de Pediatría de Paraná
una semana después que su hermana. A los dos les
dieron el alta el 27 de marzo de 1978.
A Sabrina, Pagano y Amelong la llevaron en auto
a Rosario, y la dejaron en la puerta del Hogar
del Huérfano en una lluviosa madrugada de lunes.
Unos días después, el juez de menores Jorge
Zaldarriaga la dio en adopción al matrimonio de
Villa Ramallo integrado por Raúl y Susana
Gullino. Siempre supo que era adoptada. Y hasta
pensó en hacerse un análisis de ADN para
investigar si era hija de desaparecidos, pero no
lo consideraba necesario porque su adopción
había sido legal. Hasta el domingo 23 de
noviembre de 2008, cuando en su casa familiar de
Villa Ramallo recibieron una citación judicial
para declarar en la causa Trimarco.
LA VERDAD
En esos días bisagra, Sabrina investigó,
lloró, esperó y pensó que si sus padres
adoptivos -a los que quiere con toda el alma- le
habían mentido, no quería verlos más. Cuando
llegó al juzgado, y la trataron como "la bebé",
pidió ver fotos de quienes podían ser sus
padres. Al hojearlas, Susana, la mamá que la
crió, le dijo: "Sos igual a tu mamá". Esa mujer
alta, de pelo castaño y sonrisa fácil que es
Sabrina le preguntó: "¿Te parece, mamá?". Y se
le partió el corazón.
Reencuentro cuenta, también, cómo Sabrina evitó
que fuera un juez quien la presentara con su
hermano Sebastián. A través de Nadia Schujman,
integrante de Hijos Rosario y actual secretaria
de Derechos Humanos de la provincia, pudo
contactar a su hermano antes de viajar a Paraná
para que le notificaran oficialmente su ADN. El
amoroso relato de ese encuentro es uno de los
puntos altos de un libro que merece leerse.
La historia que cuenta Hoffman es, claro, una
crónica periodística, pero también un
instrumento para dilucidar las complicidades
civiles en Paraná durante la última dictadura.
"El juicio también dejó en evidencia el
contraste entre la voluntad, el interés y la
colaboración de las enfermeras del Hospital
Militar y el IPP y la reticencia y la alegada
desmemoria de los médicos. Los jueces lo
marcaron en la audiencia, y en la sentencia,
donde expresaron: '...se debe señalar que el
suceso que se recrea ocurrió hace más de 30
años, que el personal de enfermería que atendió
a Negro y sus mellizos (en el HMP) describe
hechos con mayor fidelidad que los profesionales
médicos, que también estuvieron por aquel
entonces (...) Ellas demostraron superior
compromiso con la verdad histórica que sus
directores'".
COMPLICIDADES
Hoffman -periodista de reconocida trayectoria en
Paraná- plantea en uno de los últimos párrafos
del libro: "Todas estas contradicciones dejan
grandes interrogantes abiertos: si Torrealday
(entonces y ahora director del IPP) y los otros
profesionales de la salud que pasaron por el
juicio saben más de lo que dicen, ¿por qué
callaron? ¿Se encubrieron corporativamente?
¿Sólo defendieron sus intereses profesionales y
económicos y su prestigio social? ¿O hay algo
más? ¿El terror mantiene intactos sus efectos?
Si ese no fue el momento de hablar, ante un
Tribunal, con todas las garantías de la ley, ¿no
lo será nunca? Y además, si en vez de ser
doctores reconocidos por la alta sociedad
paranaense, hubieran sido ignotos ciudadanos,
desprotegidos, desamparados, ¿la Justicia habría
sido igual de contemplativa como lo ha sido
hasta hoy?".
Las respuestas a todas esas preguntas tendrían
que encontrarse en los Tribunales de Paraná.
**//**
Imagen: Carina Barbuscia sobre fotos de archivo
Nota publicada en el diario Rosario/12, edición
del 16 de septiembre de 2012
|