La hora de la espada
por Pablo Álvarez

EL FUSILAMIENTO DE JOAQUÍN PENINA

"Quien controla el pasado controla el futuro.
Quien controla el presente controla el pasado..."
George Orwell.

 

 

No todos los fuegos que han aparecido en la historia vinieron para encender. Hay hogueras que apagan, que sólo fabrican cenizas para que ciertas llamas no vuelvan a arder. Por debajo de aquellas cenizas se esconden algunos chispazos que no son más que pedacitos de un relato que habla del presente. En septiembre de 1930 nacía la Década Infame, como se dio en llamarla después. Los protagonistas fueron los militares que al mando del General José Félix Uriburu derrocaron al gobierno constitucional de Hipólito Irigoyen. El episodio que traemos a cuento ocurrió en la zona sur de Rosario, en los primeros días de septiembre.

En una tibia noche que olía a primavera fue cuando se consumó el primer fusilamiento de la tiranía. Al pie de unos barrancos ubicados junto al puente Saladillo, sin juicio previo ni otras formalidades, fue fusilado Joaquín Penina, un obrero catalán de 29 años que pasaría a ser el primer anarquista ejecutado en Argentina. Meses más tarde, en la Penitenciaria Nacional de Las Heras, Severino Di Giovanni y Paulino Scarfó, los dos enrolados en la tendencia libertaria, correrían igual suerte que Penina. Este hecho ocurrido un 11 de septiembre no sería nada más que el prólogo de una oscura trama que sobrevendría sobre nuestra historia, una sombra que llegó hasta nuestros años más recientes.

La Patota
Poco se habló de Joaquín Penina en aquel septiembre de 1930. Al igual que hoy, muy pocas personas conocían en Rosario su existencia. Recién en 1932, al levantarse el estado de sitio, renace una aparente legalidad y comienzan a oírse las primeras voces denunciando a los chacales.
Entre los principales nombres aparecen el jefe de la Policía teniente coronel Rodolfo Lebrero; el jefe de investigaciones, Félix V. de la Fuente; el jefe de orden social, Marcelino Calambé; el mayor Carlos Richieri; el capitán Luis Sarmiento; el comisario Ángel Benavides. Para llevar a cabo la ejecución fueron violadas todas las disposiciones del bando. A Joaquín Penina no se lo procesó, no tuvo jueces civiles ni militares, no se le permitió defensa ni se le notificó sentencia de muerte. Se le acusó de haber impreso un manifiesto contra Uribubu en su mimeógrafo. El prontuario de Penina ha desaparecido de investigaciones.
Los culpables han querido borrar junto con él a su historia. Los libros, la correspondencia, unos pesos que debía girar a España, todo fue perdido en los laberintos de la policía.

Aquellos fuegos
"-¿Es usted anarquista?
-Sí, soy anarquista.
-¿Por qué?
-Porque amo a la humanidad y a mis semejantes. Aspiro a una sociedad mejor organizada y tengo mis ideas, como usted puede tener las suyas..."
Así declaraba Joaquín Penina frente al interrogatorio de sus verdugos. Sin saber que lo acechaba la muerte. Estas palabras aparecieron en un folleto editado en 1932 por el comité pro preso y deportado de la FORA.

Penina tenía 29 años, hacía seis que estaba en el país, desde que había cruzado los mares dejando atrás Gironella, su pueblo natal. Allí se encontraban sus padres y un hermano a quien debía girarle parte de sus ahorros. En España simpatizaba con las ideas del socialismo anarquista y había participado en sus luchas. Por ello, al llegar a Rosario adhirió al movimiento de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), donde inició sus actividades como propagandista de ideas. "Mi pasión -decía- es distribuir cultura libertaria para hacer conciencia en las mentes poco preparadas...".

Penina fue detenido en la madrugada del 9 de septiembre, a sólo tres días del golpe militar, cuando una partida policial se presentó en su domicilio de calle Salta 1581 de Rosario. Marcelino Calambé, jefe de orden social, ejecutor de los allanamientos y detenciones, ya se convertía en un temido nombre que auguraba cómo sería la policía de Rosario muchos años más tarde.

Conjuras
Muchas veces la historia o el azar, se empeñan en señalar un mismo lugar en el almanaque donde hablen los presagios. El siglo XXI comienza abruptamente un 11 de septiembre con un golpe en el corazón del imperio. Sus pájaros metálicos vueltos en contra.
28 años antes la misma fecha marca la caída, a sangre y fuego, del Chile de Salvador Allende.
Hace 74 años, en el barrio Saladillo de Rosario, camino a Pueblo Nuevo, un grito estremecía la noche con acento catalán.
Joaquín Penina, atravesado por las balas, estaba anunciando otros tiempos.


 

Nombres

Hace añares, cuando la Biblioteca y Archivo Histórico Social Alberto Ghiraldo funcionaba en el barrio Pichincha, llegó a Rosario el Obispo Metodista Juan Martín Cerdá Castillo, que había conocido la trágica historia de Penina a través del libro de Fernando Quesada "1930. Joaquín Penina: primer fusilado". El Obispo quería conocer el sitio donde lo habían fusilado y quería erigir un monolito e imponer su nombre en alguna calle rosarina, para que este hecho no se borre de la memoria colectiva.
Tiempo después, en 1999, en el Parque Regional Sur del Barrio Saladillo el Concejo Municipal de Rosario aprobó la inauguración de la Plazoleta Joaquín Penina. El proyecto había sido presentado por el Concejal Oscar Schroeder y se concretó el 17 de septiembre de ese año, con la instalación de una placa destacando a Penina como "obrero ejemplar" y "hombre de paz".
Mucho antes, en 1995, una ordenanza fijó el nombre de Joaquín Penina a una calle del barrio Saladillo, cercana al sitio donde lo fusilaron, pero dicha ordenanza nunca fue cumplida. Nueve años después, los vecinos del Saladillo no conocen la calle Penina, que figura con su antiguo nombre.

 

 

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