Apariciones
por Pablo Álvarez

EL CUERPO DE LAS MADRES Y LA ESCRITURA DE LA MEMORIA

En diciembre de 1977, un grupo de tareas de la dictadura secuestró a tres integrantes de Madres de Plaza de Mayo. Casi treinta años después, la tozudez de la memoria gritó sus nombres para que la verdad comience a escribir su crónica completa. En esa escritura faltan, todavía, los nombres de los asesinos. Y falta, también, la justicia, que deberá llegar, para ya nunca más quedarnos solos.

 

 

“ángel rubio de la muerte, de qué poco te sirvió el himno, Jesús, la bandera y el sol que te vio...”. León Gieco.

Una de las mejores películas de fantasmas que vio este cronista cuenta la historia de un pibe, atormentado porque veía gente muerta, en la escuela y en su casa, de día y de noche, los fantasmas estaban por todas partes, no dejaban de aparecer, y el chico quedaba aislado por el espanto, por la incomprensión de las otras personas que ignoraban las cosas que ocurrían, y solo él tenía ojos para ver.
Cierto día, a un psicoanalista en pena, se le ocurre que tal vez no haya que huir de aquellos fantasmas. Acaso la clave estaba en mirarlos a los ojos, por temibles que fueran. Interrogarlos y ver qué tienen para contar...
Para quienes no la hayan visto, no voy a develar el final de esta historia, que sólo traigo a cuento a propósito de nuestras propias verdades escondidas, de los terribles secretos que ni el mar se quiso guardar.

Corría enero de este año cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense puso al descubierto uno de los crímenes más vergonzosos de nuestra historia. La exhumación de unas fosas clandestinas, ubicadas en el cementerio de General Lavalle, confirmó que los restos hallados pertenecen a las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco. Secuestradas en un operativo en diciembre de 1977, ellas permanecieron detenidas, desaparecidas en la ESMA antes de ser arrojadas al mar, en un vuelo de la muerte.
Detrás de este hallazgo se esconde una historia de cobardía, pero también de dignidad, del coraje de un puñado de mujeres que salieron a cambiar la historia, en la peor de las noches.

 

Judas

“Quien diga verdades no va a recibir represalias por ello...”, decía Jorge Rafael Videla en una conferencia de prensa en 1977. En base a esta afirmación las Madres y familiares de desaparecidos decidieron publicar una solicitada en el diario La Nación, dirigida a los altos mandos de las Fuerzas Armadas, a la Junta Militar,
a las autoridades eclesiásticas y a la prensa nacional. “Por Una Navidad en Paz, sólo pedimos la verdad”, decía el título de la denuncia que debía ser revelada al mundo entero. “La paz tiene que empezar por la verdad, la verdad que pedimos es saber si nuestros desaparecidos están vivos o muertos y dónde están...”
Entre los nombres que firman la solicitada, Gustavo Niño era una identidad fraguada que escondía al Capitán Alfredo Astíz, el “ángel rubio” que la Marina había enviado para terminar con este incipiente movimiento, con estas mujeres que habían llegado demasiado lejos.
Con un beso el traidor las señalaba, aquel 8 de diciembre, en la iglesia de la Santa Cruz, donde las Madres y las organizaciones debían encontrarse para juntar el dinero recaudado para la publicación de la solicitada.
Era el Día de la Virgen y la iglesia estaba colmada de fieles celebrando la misa. Mientras tanto, cientos de personas pasaban al jardín donde Esther Ballestrino de Careaga, la delegada de las Madres, recibía el dinero.
Allí estaba el infiltrado que sólo puso unos centavos antes de preguntar, preocupado, si Azucena no vendría.
-Puede ser- le dijeron las madres.
-Pero, ¿viene o no viene?- insistió con impaciencia, antes de retirarse de la iglesia, sin esperar respuesta. Ya nadie volvería a verlo.
Aquella tarde un Grupo de Tareas con dos autos esperaban en la puerta, para atajar a las Madres que debían salir rumbo a Palermo.
Los marinos se llevaron a Esther y a Mary Ponce de Bianco. Junto a ellas secuestraron a la hermana Alice Domon, y a un grupo de jóvenes que las acompañaban. Con ellos se robaron una tercera parte del monto acordado y la solicitada sólo pudo ocupar media página.
Dos días después, el 10 de diciembre, Azucena Villaflor era secuestrada en la esquina de su casa, cuando fue a comprar el diario que contenía la solicitada.

 

Regreso

Una investigación periodística iniciada en diciembre de 1999 por un equipo de alumnos y docentes de la facultad de periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, en el partido de la costa, reveló detalladamente la ubicación de las fosas clandestinas en el cementerio de General Lavalle. A partir de un largometraje, “Historias de aparecidos”, la investigación fue dada a conocer en todo el país, con su difusión en el canal estatal.
Las Madres fueron arrojadas a las aguas, y el mar las devolvió, la verdad que quiso ser escondida sigue apareciendo, y esos huesos impregnados con arena del tiempo, nos hablan de una sociedad que tiene que aprender, igual que el chico del sexto sentido, a mirar, a mirarse, a la cara de sus propios fantasmas.

 

Presentes

“Las Madres seguiremos en la lucha, reclamando justicia, castigo a los culpables y conocer la verdad histórica”. En la Plaza 25 de Mayo las Madres rosarinas recordaban así a las creadoras del movimiento que comenzó a girar un 30 de abril de 1977, en Plaza de Mayo, para nunca detenerse.
“Nosotras nos sentíamos en deuda, por no haber concretado un homenaje, al tiempo en que se conocía la noticia de su hallazgo. Lo hacemos hoy ante este lugar para nosotras sagrado, donde recordamos y rendimos culto a nuestros familiares desaparecidos y asesinados durante el terrorismo de Estado. Con cariño, dolor y admiración hacemos nuestro homenaje a Azucena, Esther y María Eugenia, iniciadoras del movimiento de las Madres”, sostuvieron las Madres de los pañuelos, con la emoción apretada en el pecho.
Sabiendo que el mejor de los tributos es seguir de pie, las Madres marchaban, como cada jueves, en la Plaza 25 de Mayo. En el aire, acompañadas por el rumor de los pasos incansables, se podían oír las palabras de Azucena a sus compañeras, cuando ya se habían llevado a Esther y a María Eugenia... “Si a mí me pasa algo, ustedes sigan”.

 

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