Arqueólogos del infierno
por Carlos del Frade

ADELANTO DEL LIBRO "MATAR PARA ROBAR, LUCHAR PARA VIVIR. SANTA FE, 1976 - 2004".

Se cruzan, se buscan, se desconocen. Asesinos y torturados, financistas del terrorismo de estado y familiares que buscan algún dato para su rompecabezas que es, en realidad, un mapa del alma. La realidad santafesina tiene una cuarta dimensión.

 

 

Marité es la hermana que busca Agustín en el bar de Urquiza y Dorrego en donde un Carlos S. que se llama igual a alguien que supuestamente sabe sobre ella dice que no la conoce y retruca a los dioses ausentes qué se sabe de Mónica Wolfin desaparecida cuando estaba embarazada. Agustín, Carlos S., el periodista, Rafael, Fernando, Edgardo, buscan la verdad y la justicia, mientras que los torturadores andan por esas mismas calles ofreciendo seguridad para las escuelas pobladas de chicos. Esos torturadores que a una cuadra de distancia de ese bar se ensañaban sobre los cuerpos en el Servicio de Informaciones, hoy Centro Popular de la Memoria "El Pozo", donde aparecen pintados los nombres de los oficiales del Ejército, Viola y Larrabure. Torturadores que saben más que los jueces pero que ningún juez citó a pesar de que ya estaban probados sus crímenes de lesa humanidad cuando explotaron las leyes de punto final, obediencia debida y después los indultos. Como José Rubén Lo Fiego, alias El Ciego.

Una mañana de 1997 recibió a ese mismo periodista que está sentado en la mesa del bar de Urquiza y Dorrego buscando datos sobre Marité Vidal y le entregó tres hojas escritas a máquina. Lo Fiego seguía siendo el subjefe de Operaciones de la policía rosarina y algunas veces tuvo a su cargo las maniobras tendientes a garantizar la seguridad de los espectadores en los clásicos entre Central y Ñuls. En esos papeles aparecía un resumen en el que se mencionaban expedientes originales de la CONADEP rosarina que ya no estaban en la Cámara Federal de Apelaciones porque en mayo de 1987 fueron enviados al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Se mencionaban los legajos originales de Fernando Brarda sobre la "quinta operacional de Fisherton"; la denuncia sobre el caso de Héctor Retamar en la que se habla de La Calamita; los datos aportados por el ex sacerdote Santiago Mac Guire en torno a otra quinta en Funes; casas operativas del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército; la denuncia de Rafael Erasmo Guerrero en torno a las torturas aplicadas en la Escuela Técnica "Magnasco"; posibles cremaciones de cuerpos de desaparecidos en el Instituto Rábico de Rosario y un legajo que incluía precisiones sobre la identidad del personal de inteligencia del batallón 121 y de la llamada Quinta Operacional de Oliveros. Otro de esos legajos que forman parte del resumen entregado por Lo Fiego hace mención a la denuncia de María Amelia González que ofrece datos precisos sobre una quinta de Fisherton a la que fueron conducidos con su marido y en la que los torturan. Todos esos lugares directamente vinculados a los integrantes del Ejército Argentino no fueron tenidos en cuenta en las investigaciones que buscaban generar justicia en torno a los delitos de lesa humanidad.

Por eso Agustín, Fernando, Carlos S., Rafael, Edmundo y cientos más buscan datos y personas, tratan de unir los rompecabezas y apenas pueden un poco. Nada más que un poco. Son arqueólogos del infierno. Los que buscan sus raíces y también sus consecuencias. Por eso es necesario que los jueces sigan con la investigación realizada en la década del ochenta. No que comiencen una vez más.


 

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